Se mira mientras intenta anudar la corbata. Es el tercer
intento: demasiado corta, demasiado larga, una birria de nudo. Ya. La deja
lista encima de una cama sin hacer. Vuelve al espejo. Luce un aspecto
saludable. El pulso es firme. Nada de tripa. Buen color. ¿De qué preocuparse?.
Su salud está bien. No va a pasar nada. Pero ¿y los infortunios? ¿Un accidente?
Una calle oscura con la persona inadecuada pasada de alcohol o drogas. Un
pinchazo y adiós. O un conductor imprudente. No va a conducir. Luisa no bebe
nunca. Está bien tomar precauciones. Mejorar la seguridad. La camisa blanca se
ha arrugado en el armario. Enchufa la plancha. El cable está pelado. Un roce al
salir de la ducha descalzo y se acabó. Toma del cajón inferior cinta aislante y
envuelve la erosión de la funda del cable. Levanta la camisa. Siente el tejido
cálido entre sus manos. Le gustaría ponérsela ya, pero es pronto. Cuando se la
ponga estará fría. Una corbata negra fina, una camisa blanca y un traje oscuro.
Una mortaja que viste su cuerpo helado. Cierra los ojos y sacude la cabeza. La
imagen se va. Le falta el aire. Las manos se le han helado y tiene ganas de
orinar. Se sienta en la taza por temor a desvanecerse. Apoya la cabeza entre
las manos. Mira el mármol del mueble accesorio del baño. Su móvil. En silencio
desde ayer pero gobernando sus acciones aun en silencio. Tira de la cadena.
Pulsa en el lateral y la pantalla se enciende. Pone su clave. Varios pitidos.
Medio centenar de mensajes en Wasapp. Referencias a la fiesta de esta
noche.Bromas sobre un año que no sabe si va a vivir. Pulsa el icono de la casa
que le conduce a la pantalla inicial. Una gitana. Un icono de diseño naïf. Un
app gratuito que encontró pero que va a pagar caro. Nuevos
mensajes. Intrascendentes. Náuseas. Le habría gustado no encontrar el icono,
pero está. Le preguntó qué deseaba conocer del pasado o el futuro. Millones de
preguntas. Un número de lotería o una combinación del euromillón habría sido
algo sencillo y práctico. ¿Cuándo moriré? Lo preguntó con una sonrisa
incrédula. En cualquier caso con veinticinco años la muerte se te antoja un evento
lejano. A media noche de fin de año, con las campanadas. El arco de su sonrisa
se ha invertido. El labio inferior se frunce. En su estómago un vacío. Nunca
había sospechado un futuro tan corto. Es una locura. Es una broma. Un pequeño
icono en un móvil. Esta noche. Imposible. Es algo estúpido. Pero…¿y si?. Había
miles de preguntas. Pero quizás en el destino no había más que una sola
respuesta. Hoy.En unas horas. Después del fiasco del fin del mundo en 2012, va
a acabar tu vida si el oráculo gratuito de tu móvil tiene razón. Igual que
decidiste la pregunta has decidido actuar como si no tuvieses la respuesta. La
corbata en la cama, la camisa planchada, el traje en la percha que ayer
trajiste de la tintorería. Pulsas de nuevo el botón lateral. La pantalla se
ilumina la gitana te sonríe. No has podido cenar. Has tenido náuseas con el
primer bocado. La pantalla se ilumina. Una llamada perdida. Luisa abajo. Te
espera. No vas a conducir. Un nuevo toque. Llamas. Le dices que no vas a salir, que no te encuentras bien. Antes que cuelgue le dices que la quieres. Se ofrece
a quedarse contigo. Crees que se te pasará. Si es así irás en su busca. Accede.
Faltan quince minutos. Te clavas en la butaca. Coges el mando. NO quieres ver
las campanadas. Catorce minutos. ¿Qué puedes hacer? Esperar. Sentir en silencio
tu respiración, percibir el frémito de tus latidos por tus venas. Después con
la medianoche el silencio. Seguro y después quien sabe. Dos minutos para la
medianoche de tu fin del mundo. Esperas el desfile de imágenes de tu vida en tu
retina pero sólo la pantalla plana de un televisor apagado. Una campanada. La
iglesia del barrio. Hasta... y once y doce. No respiras. Suena el móvil. Luisa te
felicita el año. Te pregunta cómo estás. Tienes pulso y respiras. Ves tu
reflejo móvil en la pantalla de televisión. Te levantas. Vistes la camisa. Ciñes
la corbata y sales. Enciendes el teléfono e intentas eliminar la aplicación de
la gitana pero te abstienes. Será suficiente con no hacerle más preguntas.
lunes, 31 de diciembre de 2012
lunes, 24 de diciembre de 2012
CENA DE NOCHEBUENA
“Papá me prometiste que no ibas a cenar sólo” “Hija no te he mentido” “Papá
¿No lo habrás hecho otra vez?...Te callas. Lo has vuelto a hacer. Papá sé
cuanto querías a mamá, pero eso no es sano. No conduce a nada. Ella no querría
eso” “¿Cómo puedes saber lo que querría si ya no está entre nosotros?” “Prometiste
que no lo harías” “Hija. Gracias por llamarme. No te preocupes. Estoy bien” “Feliz
Navidad papá un beso. Nos veremos en año nuevo”
Tengo el besugo en el
horno. Tengo su receta pero no sabrá igual. No entiendo por qué mi hija ve tan
raro que ponga el retrato de su madre enfrente mío. Le hablo ¿Y qué? Sé lo que
es la realidad y lo que es un deseo, pero prefiero cenar con su foto enmarcada
que compartir la cena con un extraño.No necesito ya más gente. Conocí muchos y
quedan algunos. No estoy triste. Estoy solo. El hombre nace solo y muere solo.
¿Por qué no vivir también en soledad?. O con ella que ya no está con nosotros.
Las escamas ya no brillan cinco minutos más y estará listo.
“Quieres una copa
cariño” No espero respuesta. Ella no está aquí pero la siento. Te sirvo un
sorbito, si no quieres no te lo bebas. El timbre del horno. El besugo está ya. Lo
he comprado muy grande valdría para cinco o seis personas. Mañana los gatos se
darán un festín. Esto está ya.¡Qué es ese ruido!. Un chasquido. Estoy solo. La
bandeja me quema. Voy a ver qué ocurre la dejaré en el horno.
Amor mío ¿qué te ha
pasado?.Te has caído de bruces contra la mesa. ¿Te has lastimado? El caballete
del marco es muy endeble. Una corriente de aire. ¿Con las ventanas cerradas?.
No pasa nada. No te has hecho nada. Ya te traigo la cena.
Otra vez. Ese
tintineo. El cristal se ha roto. Cariño, otra vez. El cristal en mil pedazos. No te has herido. Tu vaso está
vacío. El vino ¿Quién se lo ha bebido? Me estoy volviendo loco. Mi hija tiene
razón. El timbre ahora. Te dejo en la cómoda frente a la mesa. Si alguien te ve
así podrían tomarme por demente y quizás me encerrarían, tendría que abandonar
la casa.
“Hola señor. Soy su vecino de abajo. Nos hemos visto pero
nos hemos presentado. Nos hemos quedado sin luz . Las instalaciones de estos
pisos son muy viejas. Podría dejarme un fogón. Tengo la cena a medio hacer y
tanto la vitro como el horno son eléctricos” “Cuantos sois” “Mi mujer y mi hijo”
“¿Queréis subir?. Podemos compartir la cena. Yo tengo un besugo que da para
media docena de comensales” “No queremos molestar” “No es molestia” “Enseguida
subimos, muchas gracias”
Tú sabías que iban a
venir. Siempre te preocupaste de mi vida social. Hasta ahora. Pasado mañana te
compraré otro marco que te realce.
Cenaron. Sus vecinos eran personas muy agradables. Casi todas las personas lo
son cuando se las conoce. Al terminar la cena, ya de madrugada los vecinos regresaron al
apartamento y comprobaron que el sistema eléctrico funcionaba perfectamente.
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