El suelo burbujea con la lluvia.Rayos escasos. Hace calor.
Bochorno. Es imposible no sudar mientras no llega la brisa. Hotel El Convento.
Un antiguo convento colonial de San Juan de puerto Rico. Veinte personas
cobijadas bajo la marquesina que debe proteger de la lluvia. Al otro lado del
patio un piano sirve de soporte a una caja vacía de cerveza Medalla. Calor,
humedad y la lluvia que ha pasado a ser
un estruendo.
“¿Te conozco?” “Su cara me resulta familiar. Tambien sus
ojos negros. Estoy seguro que alguna vez hubo una mirada.
La pérgola no aguanta la avalancha. La lluvia paciente busca
poros. Primero gotas, después un torrente. Desmontan las mesas con prisa . Las cambian
de lugar y las sitúan en un pórtico.
“No recuerdo” Estoy seguro que sí. Esa mirada existió. Pasó
y dejó una huella difuminada pero coincidente. El pasado pasó. No para
de llover. El suelo hierve. Después de cambiar de mesa no me he vuelto a
sentar. Voy de un arco a otro, miro una lluvia que comienza a enternecerme. La
lluvia cálida del trópico despierta los recuerdos, abre las heridas de pus
dorado de la melancolía. Las ranas coqui silban aunque no se las oiga con la
lluvia. En el trópico las ranas silban, no croan. Las ranas viven en los
árboles. La humedad continua las libera de la prisa de los países secos.
Llueve retazos de melancolía. Piña colada. Aguacero. Truenos
y relámpagos. Miro el piano. Me gustan las escenas perfectas. Vivir como en una
película. Falta música. Un pianista. No hay voluntarios. Pongo en mi mente los
sonidos de boleros. “La otra tarde vi llover” El pus fluye brillante aun sin
música.
La cena ha terminado. Las copas no son capaces de alargar
más una jornada. No va más. El cambio horario acelera la fatiga. A las diez los
planes exaltados se vienen abajo y cada
uno regresa a su habitación.
Mi habitación es azul, azul celeste. En el techo colañas
gruesas de madera y traviesas más pequeñas. El aire acondicionado zumba. Las
ranas silban cuando las deja la lluvia.
Es muy temprano. La soledad de
habitaciones de hotel me entristece. Recuerdo la mirada. Fantaseo la música. Me voy a la calle. Un paseo sin
dirección.
Huele a humedad. Pero sólo a humedad. En Murcia después de
llover la tierra llena el ambiente de aromas. En el trópico la lluvia no es una
fiesta sino algo inevitable. La lluvia. Tomo un paraguas de la recepción del
hotel. Bajo la calle que da al mar atravesando primero la muralla que viene de
la fortificación del El Morro. En el número 13 encuentro la música que deseaba
cuando irrumpió la lluvia. No hay ningún bar. La música procede de un segundo
piso. En el balcón hileras de luces de colores. Un bajo, un batería y un saxo.
NO hay ningún local abierto al público. Nada señala la actuación. Es un ensayo
privado a plena calle. Quiero escuchar esa música. Toco el timbre. Detrás de la
cancela un llamador. Dentro de un mural de flores. Responden a mi llamada. “¿Quién
es?” “¿Puedo subir?” Con un zumbido se abre la puerta. Una mulata gorda me
invita al silencio , me señala a los intérpretes. Se mueve con las notas. Los
músicos evitan el calor en el balcón que me ha llamado. Me pasan una cerveza.
El bajo es delgado. El batería es grueso. El cantante no ha venido. El saxo
está triste.
Mis pies golpean el suelo. Mis dedos martillean mientras la
mulata gorda baila. Otra cerveza. Un rayo. Llueve. Soy una pieza trasplantada
en un espacio y un tiempo prestados. Toda mi vida ha sido diseñada para estar
ahí. Hace calor. Mañana hay que madrugar. “Adiós amigo. Te quelemos” “Yo también
os quiero” He estado a punto de cambiar la r por una l, pero habría sonado a
burla.
El hotel está al final de la cuesta. La lluvia me ha traído
a la música. En mi cabeza, en la cama, siguiendo el movimiento de las aspas del
ventilador sigo escuchando el jazz caribeño.
En el desayuno cuento a todos mi hallazgo. Lamentan no
haberme acompañado. Por la noche me acompañan.
Después de cenar unos se quedan en la piscina y otros
bajamos la calle. Hasta el número 13. Hay una casa derruida con la selva
devorando sus entrañas. ¿Me he equivocado?. Bajo y compruebo que no. No hay más
pisos de dos plantas que la casa derruida del número 13. Es un hecho.
Maleza,herrumbre y olor a humedad. “Bebiste
demasiados mojitos Antonio” Sé que no fue un sueño de alcohol. No discuto. Me
quedo solo. Paseo hacia la fortaleza de El Morro que preside la ciudad en una
colina al borde del mar.
Desde lo alto algo más cerca que el horizonte nocturno rayos
y truenos sobre el mar. Con la luz intermitente, una cortina de agua sobre las aguas. Llega la brisa. Hace calor. Comienzan las primeras gotas. Hasta mi llegan
acordes del grupo de jazz que escuché ayer.
Al intentar repetir las cosas condenadamente hermosas se
convierten en fantasmas. ..por lo menos en el CAribe
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