jueves, 29 de noviembre de 2012
La hija de Robert Poste STELLA GIBBONS
Como en el Quijote la autora concibe el libro, al menos alguno de sus capítulos iniciales, como una sátira de un estilo literario perifrástico y enrevesado. Como en el Quijote, la autora se enamora de su personaje y le da mejor destino que la sátira formal.
La hija de Robert Post se queda sola sin nada con que ganarse la vida. En la época victoriana busca unos familiares con quienes asegurar su sustento. Acaba en una granja de unos familiares que no sabe cómo están en deuda con su abuelo. Uno a uno actúa favorblemente sobre ellos, con sus vidas rutinarias y asilvestradas . Buen humor y un libro optimista. Un libro grande
"Y entonces Seth,.., de repetente decidió que se había traicionado hablando de una mujer de algo que no fuera amor, y se enfadó consigo mismo" Seth un hombre bruto que le confiesa a la hija de Robert Poste que ama el cine y guardia como reliquias las fotos de actrices.
Terminé de leerlo el 22 de noviembre de 2012 Calificación 8/10
sábado, 24 de noviembre de 2012
REENCUENTRO EN DOS ACTOS
PRIMER ACTO
“Sabía que eras tú. Pasa” “Hace
semanas que has estado dejando pistas” “No lo he hecho de forma consciente” “Seguro
que no. Te conozco” Silencio. Ella avanza. “¡Me alegro tanto de verte!” “Me ves
a diario” “Sabes muy bien lo que te quiero decir: conmigo a solas. Hacía mucho
tiempo. La última vez…” “Hace justo ocho meses. También fue en un hotel” “Lo
sé. Desde entonces esa noche me ha acompañado antes del sueño” “No te lamentes.
Tú elegiste” “Estás simplificando” “Es la verdad. La verdad es simple” “No pude
elegir, no elegí, simplemente dudé, las circunstancias se abatieron sobre mí.
Estás tan guapa como siempre” “Gracias . Tú también” “Me encanta tu perfume” Le
susurra desde la espalda y ciñe su cintura con ambas manos. No llega a
acariciarla. Ella se aparta. Mira el suelo y se lleva la mano a la frente. “No
debería haber venido. No sé por qué lo he hecho” “Yo lo deseaba. Lo deseaba
mucho” “Yo también lo deseaba. Por eso estoy aquí. Lo deseé siempre y te
fuiste. En un instante todo se rompió. Ahora callas. Ya no es suficiente que me
encuentres hermosa, que te guste mi perfume. No es suficiente. Ya no. Salvo un
milagro” “ Estás aquí. ¿No es eso ya un milagro?” “No sé si es un milagro, un
error o simplemente una consecuencia irracional de tu deseo y … del mío” “Sigue
habiendo magia. Por eso has venido. ¿Qué posibilidades hay de que dos personas
se encuentren a esta hora en una ciudad que no es la suya” “Ha ocurrido. Quizás
sí es magia, pero no la misma magia” Ella avanza hacia el cristal que separa la habitación del resto
del universo. Aparta uno de los lados de la cortina. Mira el exterior oscuro.
En un rato va a amanecer. Una limpiadora con cofia y delantal abrirá el telón
de esa ventana cuando la función ya habrá terminado y sólo quede el regreso.
Está cansada. Tomó la decisión en el último instante cuando regresaba con sus
amigos. Una excusa que no creyó nadie. Le dejó la llave del apartamento por si
regresaba y no preguntaron. Lleva cuidado le advirtió su amiga. Un taxi. Dudas.
La puerta del hotel donde él se aloja. El taxista guarda el cambio mientras la
puerta del hotel susurra. Se para en el umbral. El tiempo ha pasado. La vida
rueda. Cuando dos vidas se separan es complicado, casi imposible, volver a engranarlas.
Entra. El susurro de la puerta automática que se cierra. El ascensor. La puerta.
Dos golpes. Detrás está él.
SEGUNDO ACTO
Suelta la cortina. Se desploma sobre
el sofá de dos plazas. Apoya la nuca sobre el respaldo bajo. Lento, él se
sienta al lado. La mira. Ella con los ojos cerrados. Una mueca triste de un
rostro bello. Extiende la mano. Acaricia la raíz de su cabello poco más arriba
del cuello. Ella se estremece. Abre los ojos. La mira y no sonríe. Ninguno se
mueve. Él aparta la mano. Ella frunce los labios y se levanta. Mientras él
sentado la ve caminar con pasos pausados en silencio hacia la puerta. No te
vayas, le dice. Sin mirar atrás abre la puerta. Un clic a su espalda. Al final
del pasillo el ascensor. En la habitación un hombre sujeta la cabeza entre sus
manos. Debería correr y suplicarle pero
no va a mover un músculo. Ella se detiene, desearía más que nada escuchar sus
pasos en pos suyo. El silencio de la madrugada la persigue y la empuja al
ascensor. Enfrente su reflejo. Los ojos rojos. Se vuelve. Agradece la luz tenue
del hall. Afuera sigue el mismo taxi que la ha traído. El conductor abandona su
asiento y la invita a entrar. El cielo amanece. Rechaza la invitación. Quiere
caminar.
En la décima planta un hombre
recibe la lluvia impostada de la ducha sobre su piel. En la calle una mujer
dobla la esquina. Mejor cualquier realidad que
revivir un sueño enterrado. Pero a ella le gusta soñar.
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