Nieva. Los copos se arremolinan .
Ondas blancas de polvo blando se deslizan sobre la pista de aterrizaje. El
avión llega a su destino. Nieva y no es Navidad.
Qué bonito está el parque
cubierto por la nieve para un viajero del sur. Dos escalones. Una calle. Un
bordillo. La acera de hormigón donde los copos se aferran para no fundirse bajo
los pies de un grupo de niños. El sol se ha puesto. Pronto será de noche. Avanza
un paso. Un chasquido o un quejido debajo de sus botas. ¿Avanzar el otro pie
desde el asfalto? ¿O permanecer? ¿Mirar atrás? No. Otro chasquido y después el
hielo del fondo, junto al suelo de tierra, cruje y se resquebraja. Ollar con
sus pasos el escenario que se extiende hasta los columpios apenas mecidos por
un viento débil.
Crepitan los copos de nieve al
compactarse bajo sus pies. Da un paso. Calla. Escucha. Silencio de una ciudad
que duerme. Trota hacia el centro del parque. Solo en una ciudad de dos
millones de habitantes.
Un paso. Crepita. Stop. Silencio.
Un paso. Crepita. Stop . Silencio. Un paso. Crepita. Stop. Silencio. Un paso.
Crepita. Stop. Silencio. Un paso. Crepita. Stop . Crepita.¡Crepita!. Un paso.
Crepita. Stop. Crepita.
A su espalda la nieve crepita.
¿Le sigue alguien?. Un parque en el albor de la noche es un lugar desolado
habitado por criaturas marginales. ¿Correr? ¿Huir? No. Huye quien tiene miedo.
Quien tiene miedo se apresta a ser una víctima.
Tiene miedo. Pero no huye. Un paso. Crepita. Se gira. Crepita. Y lo hace
cuando la nieve y el hielo aplastados por sus pasos se expanden y hacen
desaparecer su huella. No hay nadie. No va a haber agresión como no hay rastro
en la dirección de donde ha venido. El viento borra rastros en la nieve. Calma.
Las ramas más finas de los árboles que hibernan permanecen quietas en lo alto.
Es imposible. Un paso. Apoya
lento y aplasta cada copo de nieve hasta licuar o compactar el hielo. Avanza.
Mira atrás y ve las huellas desaparecer . Camina sin dejar rastro. Un paseo
mudo en el mundo helado. Un hombre sin pasado. Un futuro inmediato que
perdurará instantes. Alguien se acerca. Una anciana. A su espalda sus pisadas
quedan impresas en la nieve, pero hay algo raro que no sabe definir. Una farol
extiende una luz tenue sobre un banco en la esquina de un parterre. No tiene
sombra. Deja huella, pero no tiene sombra. Un destino y un destino marcados, a
ambos lados de un hoy transparente.
Parado. Treinta minutos.
Acabalgado en la sombra que se aferra a sus pies esperando un destino sin
pasado. Camina de espaldas. Un paso. Crepita. STOP. Crepita. Y las marcas de sus zapatos
desaparecen. Hacia atrás llega al hormigón de la acera. Se detiene. Qué bonito
está el parque para un viajero del sur. Cómo le gustaría pisar esa nieve. Está
anocheciendo, y con la oscuridad los parques aunque estén travestidos de blanco
no son lugares seguros.
Al fondo del parque, oculto por
los troncos de los robles sin hojas una sombra repta por el suelo buscando su
imagen. En los lugares de umbría desaparece.
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