La media se enganchó en las espinas de un rosal mientras
corría monte arriba. El escozor de la piel desgarrada le hizo detenerse. La
sangre brotaba a través del blanco del tejido. Una a una se liberó de las
espinas. Siguió la senda, pero a los
pocos pasos se detuvo para mirar atrás los esquejes todavía resecos del rosal.
Un rosal sin rosas rodeado de coscojas en medio de su senda favorita al
mirador. Mil veces. Dos mil tal vez. Nunca antes había visto el rosal. ¿ cómo
había aparecido allí?. Nadie abandona un rosal como a un perro, trasplantado en
medio del campo. Una rosa no crece sóla en el bosque tan lejos de cualquier
lugar habitado.
Fin de otoño. Árboles desnudos y hojas arremolinadas a espaldas
del viento. De vuelta el rastro de gotas de su propia sangre moteaba un reguero
sobre el suelo escarchado. Llegó la
nieve: rojo sobre blanco al subir, rosa bajo el blanco de los nuevos copos al
bajar. La rutina del reguero se repitió todo el invierno: un rosal sin flores,
arañazos en la pierna, gotas de su sangre sobre y bajo la nieve. Eran las
marcas que iluminaban el regreso.
Cuando la primavera llegue, cuando el rosal florezca será
más cauteloso. NO habrá nieve. Serán sólo sus pisadas las que marcarán el nuevo
sendero. Llega la lluvia de marzo. Una lluvia cálida que sólo resisten algunos
manchones de nieve en las umbrías. Correr bajo la lluvia. Llegar al collado con
la niebla rodeándole en gigantes copos de algodón: Algodón. El algodón sirve
para cuidar las heridas. La pierna no le escuece. En la media no hay más restos
que sangre antigua que no salió con el lavado. Bebió agua. Sorbió gotas que se
deslizaban por el flequillo. Se estremeció con la humedad y la temperatura más
baja. Bajó dando traspiés con las piedras sueltas, resbalando en las curvas
arcillosas. El rastro del invierno no le guiaba. Abajo, detrás de dos robles
las coscojas. El rosal. El rosal no estaba. La lluvia arreciaba. Las nubes más
negras ocultaban el sol imitando la noche. Musgo, tierra y barro. Nada señalaba
la presencia del tronco con espinas. Tocó la tierra. Un jabalí podía haberlo
cortado al ras. No . Nada.
La lluvia ha borrado el sendero de gotas de su sangre
emparedada en finas capas de nieve. Pero el rosal florece con la lluvia . Y no
está.
Las sábanas amanecieron revueltas velando su falta de sueño.
Sin desayunar subió monte arriba. Siguió los pasos chapoteando en los charcos
de sus pisadas en el barro. La coscoja. Los robles. El rosal no. Volvió aun tres
días. Después cambió el recorrido.