Ni en la National Library de Londres, ni en la Biblioteca del
Congreso de los Estados Unidos, por mucho que había hurgado entre legajos,
incunables y escritos cuneiformes había encontrado Vlad referencia alguna a la
depresión en los vampiros. Los vampiros de todas las épocas se habían
encontrado satisfechos con su existencia. Ni un rastro de angustia o
desesperación desde que el hombre escribía. O si lo había habido quedaba oculto
al tiempo.
De sus tiempos en la Arrixaca como médico,
Vlad aprendió a identificar la naturaleza de una enfermedad para intentar
tratarla. Comprender y actuar. Vlad necesitaba comprender qué le ocurría. Más
de un sorbo de sangre le resultaba repulsivo. Comenzaba con náuseas, arcadas y
toses que le impedía seguir con la succión. Estaba demacrado. Su tez se había
llenado de arrugas, su cuerpo se había encorvado. Los trajes, sus hermosos
trajes negros le hacían aguas en la sisa, los hombros caían hacia delante
obligándole a colocar hombreras. Si ensartaba los botones en en su ojal, su
cuerpo parecía el badajo de una campana. Tenía que usar tirantes para que no
callesen los pantalones. ACariciaba su abdomen que no se hundía sino que salía
en cada uno de los gestos de su respiración, flácido, con el tacto helado del
vientre de un batracio. Debía alimentarse de sangre fresca de jóvenes y de
niños para recuperarse, pero no le apetecía. No. Así no duraría mucho tiempo.
Un vampiro bulímico. Un primer caso. Nosferatu deprimido. Sangre. Quizás había
llegado el fin. Se resistía . su naturaleza le obligaba a seguir. Salió de su
guarida. Caminando. NO se molestó en sublimarse o volar. Caminó. Paseó a pasos
cortos de anciano. Buscando su cena. Un parque de noche siempre es un sitio
propicio para encontrar soledades. Luna llena. Con suerte algunos amantes. En
un parterre el tronco de un metro de diámetro de un banano de ciudad. Delante
la luna. Caminó por la sombra hasta el tronco donde se ocultó. Enfrente un
banco. en el banco la cabellera de un pelo largo poco cuidado de un rubio ajado
canoso. Sintió el apetito en el filo de sus colmillos, succionó un sorbo de la
saliva que había inundado su boca. Un pelo de mujer triste. Una mujer sola en
una noche con luna espera o desespera, una mujer madura, una sangre con un
sabor acre, con el color ligeramente ocre de un fumador empedernido. Un sabor
que en otro momento le resultaría desagradable, era ahora justo el alimento que
le apetecía. Sangre triste. Una cena frugal recalentada le sentaría mejor que
los borbotones, la sazón y las especias de una sangre adolescente. Haría una
mejor digestión.
La mujer no se apercibió que las lechuzas,
los búhos y los insectos habían callado. Vlad apartó la coleta. Lanzó los
dientes sobre una yugular que estaba cubierta de vello. Apartó la cabeza y el
muchacho la apartó a su vez y le miró. No gritó. Se puso en pie pero no huyó. “Podéis
matarme, pero nuestro movimiento no lo va a parar ya nadie. Os ha escocido la
derrota en las elecciones. Aunque yo muera esto sólo es el principio de la
revolución de los ciudadanos” Vlad quedó perplejo era un hombre joven con
mirada algo triste pero decidida. Retrocedió. “¿De qué hablas?” “¿Quién te
envía? ¿La banca? ¿la casta, sí? Temen que se acabe su pastel.” “Yo soy un
vampiro” susurró. “Un banquero. Acabaréis en la cárcel y los bancos
nacionalizados” “¡Un vampiro! ¡Vam-pi-ro!” “ Es lo mismo un chupasangre” “Soy
Vlad todo el mundo me conoce” “Y yo Pablo Iglesias” “Pues yo no te conozco de
nada. Te he confundido con una mujer y me he encontrado con tu barba. Me has
jodido la cena” “Si no te envía nadie únete a nosotros. Te ayudaremos a que
desangres a quienes han desangrado a la clase obrera. Juntos podemos” “¿Con
alguien que se llama Iglesias? ¡Yo vivo sólo!. ¡Yo trabajo sólo!. ¡Yo puedo
sólo!” Yo muero solo , pero no lo dijo. Morir es lo único que se le niega a un
vampiro. Desapareció.
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