“Eres un cerdo. Sólo un cerdo habría hecho lo que tú has
hecho. ¿Cómo has podido tratarme así?. Sólo sabes comer , ver fútbol y beber
cerveza. Mírate en el espejo. Hace años que pareces un chato, la nariz se te
pierde en los carrillos. Los ojos se te han hundido, las carrilladas enormes,
la papada, la panza , eres un cerdo por dentro y por fuera. Y encima me tratas
así. No debía haberlo consentido” “Loli que no es para tanto” “¡Déjame. vete a hozar
entre tu mierda!” “Loli que te estás pasando. Yo te quiero” “¡yo no! ¡Cerdo me
das asco!” “Loli que como me enfade” “Si te enfadas qué- Groing GRoing” “Lo has
conseguido” Se da la vuelta en la cama. Se coloca la mascarilla para la apnea
del sueño. Se aferra con las dos manos a la almohada. Deja que la silicona de
su contenido le haga un molde del rostro. Un cerdo. La quiere. No fue su culpa
pero no se arrepiente. Un cerdo. Antes a ella no le importaba. Le hacía gracia.
Ahora que no puede perdonarlo sí repara. “Cerdo asqueroso si tuvieras dignidad
te irías a roncar a otra parte” No se calla. No lo va a hacer. Pero él no se va
a mover de ahí. GRoing Groing . El cerdo se va a quedar ahí. Que sea ella la
que se va al salón. No debería quererla. Si ella le quisiese a lo mejor no la
querría. Pero no lo quiere, la pierde y él el cerdo la desea más que nunca.
Dormir. Mañana cambiará de opinión. Groing. GRoing. GRoing.
Se despierta sobresaltado. Una pesadilla peor que la vigilia
previa al sueño. Los elásticos de la mascarilla le tiran, la mascarilla le
aplasta la nariz. Intenta quitársela y no puede. Sus dedos se han vuelto
imprecisos. Se deslizan por la goma elástica sin separarla de su piel. ¿sus
dedos? No los siente. Se ha apoyado sobre el brazo y se le deben haber dormido.
Tiene sed. Alarga la otra mano para encender la luz de la mesilla. No alcanza a
pulsar. Estira la mano para coger el vaso. Lo empuja y cae al suelo en la
alfombra. No ha hecho ruido. Menos mal, así ella no se ha despertado. Intenta
sentarse para ponerse las zapatillas e ir al baño. Se desliza por el borde y
cae sobre el vaso. Se lastima. ¿Qué le está pasando? Está muy torpe. Intenta
levantarse para ir al baño y por mucho que se apoya en las paredes no consigue
permanecer de pie. A cuatro patas. Levanta la pierna para orinar en el baño y tras
varios intentos decide hacerlo en la ducha. A gatas va al salón. Está enfermo.
Está muy gordo. Una apoplejía le ha sobrevenido mientras dormía. Llega al salón
junto a su sillón donde le gusta ver la tele. Pulsa el interruptor de suelo que
enciende la luz. Una pezuña. Ha pulsado con una pezuña. Aunque duda, se da la
vuelta, no sabe si desea ver su reflejo en la vidriera. Es él. Se reconoce
perfectamente. Un chato, un barraco de unos doscientos kilos. Ella lo sabía. Un cerdo. Se acostó siendo un
hombre o siempre fue un cerdo. Va a amanecer. Vive en el centro de la ciudad.
Huir. En las afueras en una granja puede disimularse. Sale. Baja escaleras.
Espera a que entre un vecino para salir a la calle y corre. Su olfato se ha
agudizado. Sigue el olor de las trufas. Camina hacia el Norte. Cruza la autovía
por un aliviadero de aguas de escorrentía, bebe unos sorbos de las aguas
remansadas. Al otro lado una dehesa. Encinas. Le encanta el olor. Hoza con el
morro y aparta la tierra con las patas. Deliciosa. Y más allá otra. “Marrano
¡epa!” Un hombre. “Padre mira cómo busca las trufas ese marrano” “De donde se
habrá escapado” “No sé pero la finca es nuestra” “Sigue marranico” Le cuesta
recordar cuando fue humano. Si cierra los ojos, si se imagina niño no ve más
que un lechón. Les da las trufas a los recién llegados. Sabe antes de olvidarlo
todo, que mientras encuentre hongos subterráneos no le faltará comida, bebida o
incluso alguna marranita de buen ver.
Suena el despertador. Su mujer se despierta. La mascarilla
está en el suelo. Está sola. Piensa que él ha ido a por tabaco. No se le ha
pasado el enfado.
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