La inmortalidad te apartó de los humanos. Anclado al paso
del tiempo, sin atajos, sin paradas, sin vuelta atrás y sin final. La sangre tu
único alimento. La noche tu día. La soledad tu compañera. Inmune a las
infecciones y al cáncer o la vejez que matan a los humanos tu infección son los
recuerdos. Cuando un vampiro evoca sus recuerdos, pierde el apetito, se
estremece, le invade la melancolía, añora el momento en que
pudo morir y descansar para toda la eternidad. Anoche Vlad no salió. Se quedó
en su cripta. Se sentó en un rincón a la luz y al olor acre de la cera quemada
de un cirio. Le apetece sentir el tiempo. Extiende la mano y ve a la luz de
las velas las sombras oscilantes de sus venas exangües en las manos sarmentosas
de viejo. La septicemia se enrosca en su interior, le muerde el tiempo en que
revivió el amor humano. Cuando el sopor a que le conduce el ayuno le hace
eclipsar los párpados, el sueño nocturno se interrumpe con la imagen de la que
le hizo desear ser humano. Como en las pesadillas despierta con la frente
regada, la boca seca y las palpitaciones sordas de un corazón muerto. Le queda
un hilo de vida. Un hilo. Mañana si no se alimenta, con la salida del sol su
cuerpo devolverá la ceniza que hace cientos de años le hurtó a la tierra. Falta
poco, muy poco. Pero sabe que ese poco es imposible. Ningún vampiro ha llegado a
voluntad a devolverse a la muerte. Es como si un humano intentase estrangularse
con sus propias manos. Fallan las fuerzas. A Vlad le fallan las fuerzas y le
falla la voluntad. Se levanta. Se sublima en un humo que sale por la cerradura
de la cripta. Se arrastra por la calle con el único impulso que le impele el
viento flojo de primera hora de la noche. Una rendija por debajo de la puerta
de un cajero. Un indigente se cobija entre unos cartones. Vuelve a su cuerpo. Aparta
el cartón. La mujer de apariencia mucho mayor que su edad no se inmuta
dormida por el vino de un brik que yace a su lado. Sorbe. Sabe rancio. Siente náuseas.
Es como comer gusanos, u hojas o raíces en un ejercicio de supervivencia.
Recupera la fuerzas, sus músculos emaciados se rellenan a la vez que su
estómago convulsiona y siente náuseas que expulsan la espuma de su saliva y
algunos restos de sangre ajena. No puedes seguir así. La mujer en el suelo se
levanta, te mira, se rasca las dentelladas de la yugular, extiende la mano y
sorbe las gotas del envase, lo sorbe y lo colapsa y cuando termina te lo tira. Te
dice vete y te vas. Caminando. Tu porte ahora es elegante y joven pero no
orgulloso. Cabizbajo tropiezas con dos mujeres jóvenes. Desde arriba ves el
pelo y piensas que es ella. Le coges el rostro entre tus manos la miras y
escuchas hola guapo de una voz que no es la suya. La sueltas y te vas. Dame un
besito escuchas desde atrás. Se marchan apuntalando su paso entre las dos.
Sabes que debiste morir. La inmortalidad desde que no pudiste volver a ser
mortal ha sido un error. Mejor morir y descansar que la inmortalidad que no te
permite vivir o amar a la luz del día. Estás resuelto. Vas a ser el primer
vampiro que se suicida de la inmortalidad. El infierno será tu destino, pero
ningún infierno peor que tu no vida. Has fracasado en un intento de ayuno. No
podrías salir al sol, las fuerzas te abandonarían antes de ponerte en riesgo. En
un montón de basuras hay un palé roto. Una tabla puntiaguda. La colocarás en la
tapadera de tu ataúd. Lo sujetarás, soltarás las bisagras y el peso perforará
tu corazón. Descansar, para siempre. Es posible. Es posible. Lo haces . Va a
amanecer. Te acuestas. Esperas el último instante de la noche. Tratas de
mantener los pensamientos neutros, pero te aparece el infierno, la condena del
fuego y el sufrimiento. Y sin ella. Vas a soltar. Va a caer. Las pesadillas. La septicemia de su
rostro detrás de tus párpados. Basta ya. No puedes más. Va a amanecer. Quitas
el calzo que la mantiene abierta. Adiós. Adiós. Te quiero.
En un último instante se gira y la estaca apenas le roza la
espalda. Después el sopor del día. Mañana necesitarás sangre.
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