“Tenemos unas perdices con fondo de chocolate y reducción de
Pedro Ximénez” “Parece delicioso” “Y le recomiendo el maridaje con un Vega
Sicilia único” “No se ha andado usted con fuegos de artificio” “Perdón señor,
no sé a qué se refiere” “El Vega Sicilia no es un vino barato precisamente” “Sé
que a usted le gusta lo mejor y es el que da la mejor combinación con el plato
sin lugar a dudas, pero puedo ofrecerle otros” “Está bien. Confío en su
criterio. Era un simple comentario”.
“Has estado muy seco con el sumiller cariño” “Por lo que
vamos a pagar aquí, no te diré lo que tendría que hacerme para considerarlo
caro” “Qué bruto eres. Ya vuelve”
Descorcha la botella. Huele el tapón y la vierte en un
decantador. El vino se escurre por el vidrio antes de posarse en el fondo. El
ambiente se impregna de aroma a alcohol y después a una fragancia de cereza y
almizcle. “Lo dejamos reposar unos minutos y le doy a probar. Las perdices ya
están tomando su temperatura” Se da la vuelta y toma de una mesa accesoria dos
cucharas que parece que han raspado un poco de mantequilla, por encima unas
motas dispersas de color verde o gris moho. “Tomen mientras el aperitivo de la
casa. Virutas de torta del Casar, fundidas a ochenta grados y compactadas a
dieciocho grados con finas hierbas. Maridaje espléndido con cerveza negra
artesana de Cork. “Yo no he pedido cerveza ni aperitivo. Quiero saborear las
perdices” “¿Quiere entonces que lo retire?” “usted verá” “Deje por favor el
mío. Me encantará probarlo” “Gracias señora” Se retira empujando la mesa
auxiliar y sin llevarse ni el vaso plano con la cerveza negra ni la torta del
Casar echada a perder.
“Aquí están las perdices. Bon apetit” “Gracias” Escancia el
vino en la copa de él. Él lo coge lo huele y lo deja. “Está bien” “¿No lo va a
catar?” “No” El camarero hace un mohín de disgusto” “¿Le sirvo a la señorita?” “Por
favor. Es suficiente. Gracias” “¿Tiene usted Casera?” “¿cómo dice el señor?” “¿Que
si tiene usted Casera?” “Señor esto es un restaurante” “¿Y donde debe haber
gaseosa, en una farmacia?” “Señor aquí no tenemos gaseosa” “¿Y Sprite o SEven
up?” “Sprite” “Botellas pequeñas supongo” “sí señor” “Tráigame tres en una
chapañera con hielo” “¿Desea algo más el señor?” “No con eso es suficiente” De
vuelta a la barra el camarero hace ejercicios de relajación con la respiración
y las manos. Al poco regresa con el Sprite como le ha indicado. Pone un vaso
ancho en la mesa con hielo “¿Para qué es este vaso?” “Para el Sprite señor” “No
hace falta, es para tomarlo con el vino. Lo mezclo en la misma copa” “Señor le recuerdo
que es un Vega Sicilia Único” “Lo sé. A mí me gusta con Sprite” “Seño disculpe
pero como sumiller lo considero un sacrilegio” “Y sin embargo si le pidiese su
mejor ginebra me la mezclaría sin contemplaciones con el Sprite” “Permítame
decirle que no es lo mismo. El vino es una cultura” “El vino es un líquido
alcohólico de buen sabor que a mí me gusta beber con Sprite” El camarero suda.
La mujer calla. El señor no se inmuta. El hombre y el sumiller se miran y
callan. “¿A que le adivino qué está usted pensando de mi?” “Señor no estoy
pensando nada. Mi trabajo es aconsejar” “Está usted pensando que soy un nuevo
rico que trato de impresionar a una mujer joven , extremadamente hermosa y de
una mirada indefinible” “Señor le aseguro que no” “Por eso propuso de entrada
el vino con diferencia más caro de su carta. Un hombre con una mujer así no va
a rechazar ninguna propuesta” “Señor le aseguro” “Pues ha acertado usted, del
todo, sobre todo al definir a mi acompañante, y porque no ha hablado usted con
ella, y sabe algo más” “No” “Tráigame otro plato como este de perdices porque
parecen deliciosas pero con esta cantidad. si no me trae más le sacaré el sabor
cuando me lave los dientes en casa” “Sí señor”
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