El verano tocaba a su fin. De madrugada un rayo y después un
trueno, y después otro y otro más. Si no fuese por el mar pensaría que estaba
en los Cárpatos. Subió a la terraza. El viento huracanado tumbaba las copas de
los árboles. Finas gotas de agua salpicaban su rostro. Su traje se estaba
manchando de gotas rojizas. La superficie del agua semejaba una pradera con
ovejas pastando alocadas. El viento le irritaba los ojos. Su cuerpo inclinado
hacia delante. Parpadeaba. Costaba mantener el equilibrio. Seguía parpadeando sin
poder evitar que una lágrima se deslizase por su mejilla descendiese por su
mentón y se desprendiese con la lluvia como una gota más. No sentía emoción
alguna, sin embargo la sensación del agua salada deslizándose por su piel
muerta le trajo recuerdos. Sabía que un vampiro rara vez tiene recuerdos de
cuando fue humano, pero en ocasiones esos recuerdos acaban por ser muy vívidos
y tan dolorosos como una pústula untada de vinagre y sal. Cuando fue un
príncipe su fama de sanguinario le privó del contacto con otros humanos que no
estuviese condicionado por el miedo. En su presencia no había gestos
espontáneos o inocentes ni bromas ni risas. En ese ambiente rígido amó una vez
y no fue correspondido. Poseyó su cuerpo, pero no consiguió su afecto. Se
avergonzó después y mirando una tormenta como miraba ahora el viento arrastró
lágrimas de sentimiento. Ella murió, como murieron tantos para forzar su
secreto. Ahora él también estaba muerto.
“Señor. Señor por favor” Una muchacha regordeta se protegía
de la lluvia intermitente. “¿Qué quieres?” “Con el viento de levante y la
humedad se ha descargado la batería de mi seiscientos” “Yo no soy mecánico
¡vete!¡no me molestes!” “Oiga que no necesito un mecánico, para eso habría
llamado a la grúa, que lo paga el seguro. Sólo quiero que me ayude a empujar el
coche. Pero déjelo va usted muy arreglado. Buscaré a otro” “Espera” “Gracias.
Tenemos que dejar el coche en la pendiente. Son quince metros. Cuando empiece a
rodar yo engrano una marcha y debe arrancar. Me llamo Loli” “Vlad” “Qué nombre
más raro. ¿Se ha dado cuenta que lleva el traje salpicado de la lluvia” “No”
“Tendrá que llevarlo a limpiar”
La muchacha se montó en el coche y Vlad comenzó a empujar.
La rueda se metió en un charco y le salpicó la pernera del pantalón. Llegó al
borde de la rampa. El coche tomó impulso. Dio dos tirones y arrancó dejando
detrás una humareda. La chica dio la vuelta y regresó.
“Le he puesto perdido” Vlad la miró. Intentó controlar sus
pensamientos con los ojos. Se acercó a su cuello regordete. Mordió. Hurgó y
hurgó succionó pero solo libó flóculos de grasa. No alcanzó la yugular. “¿pero
qué está usted haciendo? No me muerda. Sea más suave si quiere algo invíteme a
cenar, después ya vendrá lo que tenga que
venir” Le empujó y se apartó. Sacó las llaves del coche que llevaba prendidas
en una cruz de Tesé. Vlad se tapó los ojos ella subió al coche y se marchó.
Vlad miró al cielo. Extendió las manos, las extendió a las
nubes y un rayo lo alcanzó. Mil venas aparecieron en cada centímetro de su
piel. Cayó al suelo aturdido. Jadeaba, pero recuperó fuerzas. Había fallado por
primera vez. Buscaría otros cuellos.
En sus mejillas no había más lágrimas. Su traje estaba
arrugado y sucio. Sus dientes tenían un desagradable sabor rancio. Una mujer
salió a pasear a su perro que se ocultaba bajo sus faldas a cada rayo. Cuando
Vlad se acercó ladró. Cuando Vlad mordió el cuello de su ama se alejó a pesar
de que los truenos tenían más intensidad que en toda la noche
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