El ascensor de enfermos iba lleno. Bajaba. Al pasar por la
tercera planta un celador nos pidió a la enfermera y a mí que nos hiciéramos a
un lado para pasar la cama. Un cadáver. La puerta se ha cerrado . El ascensor
siguió sin que nos diera tiempo a salir para no molestar a un paciente tan
tímido que llevaba la cara tapada.
“¡Antonio! Las manos quietas” “No sé a qué te refieres”. Se
sonrió. “¡Uhh! ¡Antonio!” “Yo no he sido” “Claro. Habrá sido el fiambre” El
celador me miró y sonrió con picardía pero en efecto había sido el fiambre. La
primera vez pensé que había sido un accidente con el traqueteo del ascensor,
pero después vi claramente salir una mano por debajo del sudario y
pellizcar la nalga de la enfermera. En la planta baja la enfermera se bajó y miró
atrás sonriente. Yo miré al suelo
avergonzado pero inocente. Seguí hasta el final de trayecto en el segundo
sótano. Allí tras los ascensores en un pequeño depósito reposaban los cadáveres
en su sudario mientras no venía la funeraria. Me oculté y esperé sin perderlo
de vista. Una hora después, a la altura de la cabeza, salió un cuchillo que rasgó
el sudario. Un hombre alto y muy delgado de ojos negros muy profundos cejas
finas con un mechón blanco junto a la base de la nariz se puso en pie y con
mucha agilidad vistió unas ropas que llevaba en un hatillo. Salió silbando y
saludando cortés a quien se encontraba.
Una semana después me avisaron de urgencias por un paciente
con una inflamación en el páncreas. Era un hombre enjuto, alto de ojos negros
con un mechón blanco en la ceja. “Usted y yo nos conocemos” “Creo que se
confunde yo estoy de paso. Me duele doctor” Ingresó. A la semana después de
mejorar rápido , una noche avisó porque le costaba respirar. De madrugada falleció”
Cuando llegué a la sesión me informaron del repentino empeoramiento y el fallecimiento
media hora antes. Acaban de amortajarlo. Bajé corriendo al segundo sótano. En
un rincón el hombre del mechón estaba impecablemente vestido. “Buenos días señor
se ha recuperado usted muy bien” “No sé de qué me habla” “ Es la segunda vez
que le veo hacerlo” “¿Qué?” “Morir y resucitar” “Sch” “¿Cómo lo hace? Es fácil
fingirse enfermo, pero para firmar un certificado debe faltar el latido” “No
hay latido” “¿Su corazón deja de latir?” “Yoga. Relajación y control
fisiológico” “¿Detiene su corazón?” Asintió.”Pero jugar con la muerte es
arriesgado” “ Y con la vida. He sido franco con usted. No me delate. Sólo lo
hago por comer, por disfrutar un poco de compañía y por algo de diversión. Es
lo único que tengo. Gracias por su comprensión”. Se fue lento y saludando.
Dos semanas después bajé a urgencias a ver a un paciente. En
el reconocimiento seis había un hombre alto delgado con el cabello afeitado,
bigote y perilla pero con una inconfundible mecha de pelo albino en la ceja.
Los cardiólogos se afanaban en diagnosticar su dolor torácico. Esa misma noche
le iban a practicar un cateterismo.
Entre gestos de dolor me miró, me guiño el ojo cuando no le veían y sonrió. Dos
o tres veces pasé por su puerta y le vi departiendo con su vecino de habitación
o en el pasillo con las enfermeras. Estaba feliz en su mundo adoptado. El
séptimo día de su ingreso pasé a verlo. “Donde está el paciente de la 628.1” “
Ha fallecido. Anoche avisó porque tenía dolor sobre las dos y a las tres
falleció. No se pudo reanimar. Una hora de asistolia y murió. Su corazón
reventó” Fingí condolencia, pero luché porque mi sonrisa no aflorara” Apareció
el cardiólogo. “¿Lo conocías Antonio?. Le he pedido la necropsia” “¿la
necropsia?¡no!” Corrí hacia el ascensor
al segundo sótano. No había ninguna camilla en espera. Fui a anatomía. “¿Dónde
está el cadáver de la necropsia?” “ Como todos en la cámara frigorífica”
“¿Cuánto tiempo lleva?” “Más de tres horas”.
Le conté lo que había ocurrido. Aunque no me creyó abrió el
habitáculo sin respuesta. Se hizo un electro sin latido. Se cerró la
portezuela.
Cuando se hizo la necropsia el resultado del fallecimiento
fue hipotermia. Era Agosto.
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