“Veo que sois unos cagaos” “No te
pases. No es eso” “ Sois una panda de mierdas. Teméis señalaros por si luego no
os contratan” Abucheos y jaleos. “No sois capaces de sacrificar unos pocos días
de vuestros salarios para defender vuestros derechos. Hay que poner el pie en
tierra y resistir, si no lo hacemos ¿qué nos quitarán mañana?” “Tiene razón”
“Que se calle” “Tú vives con tus padres. Yo tengo que enviar dinero a mi
familia. Además este país se hunde. Se ha bajado las pensiones, se ha reducido
la paga de los desempleados. ¿Tú crees que nuestra reivindicación pesa mucho?”
“Lo que creo es que no sois capaces de sacrificar unas decenas de euros que
recuperaréis privándoos de un fin de semana unas copas o un par de cenas. Y
somos jóvenes. Me avergüenzo de haber confiado en vosotros” Más jaleos y menos
abucheos. Varias participantes de la asamblea en pie aplaudiendo. “Votemos por
comenzar una huelga indefinida” La sala se va despejando.”Déjame pasar que
tengo consulta” “Por favor que tengo los sueros en la centrífuga” “Tengo que
irme que debo ir al banco” “A las doce tenemos sesión” Los claros son muy
evidentes en el patio de butacas. “Cuando un grupo no funciona como un solo
hombre. Un solo hombre debe mover un grupo”. Una decena de personas aplauden.
“Me voy a encadenar a la puerta del ayuntamiento”
“¿Señora no ha leído el cartel?
No pedimos dinero.” Apartó los dos euros de la pancarta.
“Señor estamos pidiendo justicia.
No dinero” Retiró los diez euros que tapaban el inicio del enunciado.
“Señora que no somos los mineros.
Que esto es en Madrid. no pedimos dinero para nuestra causa sólo solidaridad” Retira los
cincuenta euros
Puso un pequeño letrero que
rezaba: No Keremos dinero. Keremos
nuestros derechos.
Las donaciones se multiplicaron. Ya
no decía nada. Al final del día, cuando se fue a casa hizo balance y había
recaudado cerca de doscientos euros. El día siguiente la cantidad llegó a
doscientos cincuenta. El fin de semana, verano, bajó la recaudación. El domingo
no se encadenó pero el lunes regresó. El
miércoles dejó de ir al trabajo. El viernes decidió cambiar el letrero: NO emos benido ha pedir. Qeremos nuestros
derechos. La afluencia de público seguía estable. El sábado con las rebajas
fue un día muy bueno. Se acercó más a la salida del parking que tenía más paso
y daba sombra. El domingo no trabajó. El lunes consultó con un asesor para
pedir una excedencia temporal por cuidado de padres. El martes tuvo un problema
con unos rumanos que le pidieron precio por el cartel. Se negó y estuvieron a
punto de pegarle. Un indigente ruso le ayudó a cambio de dos litros de cerveza
y una botella de Vodka. Con el tiempo, desde jueves a domingo dejó de ir y
enviaba en su lugar a un indigente a cambio del treinta por ciento para él y
otro treinta por ciento para el ruso que vigilaba. Buscó otras esquinas que
pobló de pedigüeños contratados. Echaba de menos pedir, su labor ahora era de
marketing y gestión, localizar nuevos lugares donde apostar a sus “socios” y
manejar las ganancias. Intentó legalizar parte de su negocio, intentó llamarle
sindicato, pero no le dejaron.
Lo que parecía imposible: la
crisis terminó. La gente sin problemas era menos generosa. El negocio se fue a
pique. Sus gastos eran muchos. Unos iraníes le ofrecieron aprovechar su red
para distribuir heroína. Le delataron y acabó en la cárcel. Poco tiempo, porque
había acumulado una fortuna enorme.
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