En el fondo de la papelera de la consulta había un
preservativo usado. Estaba anudado. Tenía depósito. No era uno de esos
preservativos que se usan para la sonda de ecografía.
Lo miraba de reojo. Me sonrojaba estudiarlo con detalle.
Podía haber arrugado un folio y taparlo. Sobre un papel caería otro y sobre él
otro más. Nadie lo vería. Entró la auxiliar con un par de historias. Con el
ruido de la puerta me puse recto y fingí atención en la pantalla del ordenador
que todavía no estaba encendido. Creo que me sonrojé. “Hola doctor” “Buenos
días enseguida comenzamos”. Se había dado cuenta de que estaba disimulando
algo. Incluso me pareció que había girado la mirada hacia el suelo, el lugar
donde debía estar la papelera si yo no la hubiese arrastrado hasta el hueco de
la mesa junto a mis pies. No me gustó
nada la media sonrisa que dibujó en su rostro.
Me había convertido en protagonista. El preservativo no era
mío, pero al intentar ocultarlo y probablemente ser descubierto, me había introducido
de lleno en la acción. Quizás la auxiliar ya lo había visto antes de entrar yo
en la consulta y no había dicho nada. Cuando entró de nuevo se dio cuenta de mi
afán en ocultarlo. Estaba claro que era como mínimo sospechoso. Imaginaba los
susurros a mi paso. Si al menos fuese mío, pero no, yo sólo llevaría la fama
mientras otros se habrían llevado el disfrute. Pero intenta explicarlo y verás.
Volví a sacar la papelera. No estaba reseco. Aun había
fluidos en su depósito, y moviendo la papelera hacia la luz brillaba. La
consulta era de mañana. Yo había entrado a las nueve y media. El policlínico
cierra de noche. Los osados amantes tenían que haber entrado a primera hora.
La puerta se volvió a abrir. Volvió a entrar la auxiliar.
Esta vez no moví la papelera de su sitio. Dejé un papel en el fondo. Ella miró
al suelo. Se sonrojó. Estaba seguro que se había azorado. Sería ella. Ella
llegaba a primera hora. O ella o la limpiadora. Pero era difícil saberlo, en el
pasillo hay más consultas. En un hospital hay mucha gente que puede arrastrar
una pasión contenida. Pero ella se había sonrojado.
La camilla estaba bien. La mesa, la silla, todo estaba en
orden.
Llamé al primer paciente y después al segundo. Al final de
la consulta la papelera estaba llena. “¿Puedo pasar?” “Por favor” Era la limpiadora.
Pasó el trapo por encima de la mesa. Anudó la bolsa de la papelera y la echó en
el saco del carrito. Estuve atento pero no hizo ningún gesto. Pasó el paño por
la mesa mientras yo recogía. “¿Esto es suyo?” Era el bolígrafo de uno de mis compañeros. Él no tenía consulta ese día.
Salí . Sentí miradas. Caminé con toda la naturalidad de
quien quiere pasar desapercibido.