Nunca en los anales
de las historia de la gestión sanitaria, alguien había conseguido un éxito tan
rápido en términos de eficacia y eficiencia como el que se había conseguido en
la Arrixaca de la mano de la Jefa de Farmacia. Reducir el gasto al veinte por
ciento era algo inaudito. El exigente sistema británico NICE desplazó expertos
a Murcia para comprobar incrédulos el milagro estaba ocurriendo en aquel rincón
del sureste de una España al borde de la ruina. Levantaba sospechas el
oscurantismo entorno a un éxito tan relevante. Personas que habían pregonado
una montaña cuando habían conseguido un grano de arena ahora callaban. Cuando
llegaron los auditores, las cuentas eran claras: Habían dejado de comprar
medicinas. Revisaron las altas, hicieron un muestro de las curaciones
milagrosas: no había duda en los diagnósticos y no había duda en los
resultados. El problema vino cuando quisieron analizar el contenido de las
bolsitas. La jefa de farmacia montó en cólera y se negó. “Ustedes quieren
copiar nuestra patente. Cuando la tengamos preparada ya la publicaremos”
Protestaron pero no se movió de su posición. Los auditores se marcharon.
Mostraron sus quejas en Murcia, en España y en sus países, pero por una vez
nadie les hizo caso. En época de crisis los estados y los mercados financieros
estaban deseosos de milagros , no querían saber los detalles, la prima de
riesgo de la deuda española había bajado a límites anteriores a la crisis, se
volvía a hablar del milagro español ,
no había nada que saber. Ni The Times, ni Le Figaro dieron pábulo a las
críticas metodológicas.
Pero nadie quiere mantener un hospital vacío. Se cerraron la
mitad de las plantas, la mitad de los quirófanos. No se renovaron muchos contratos
y otros de interinos estaban en la picota.
Los residentes de la Arrixaca veían su futuro negro por
culpa del amarillo que tenía todo el hospital. Está muy bien que la gente se
cure, pero todo tiene un grado, y a este ritmo, sin pacientes, se iban a quedar
sin trabajo. La excitación, el nerviosismo se generalizó al ver el porvenir en
peligro. Jose, mi residente, no dijo nada de lo que habíamos visto en la
guardia. No por miedo, sino por considerar que aquello formaba parte del secreto profesional.
Se reunieron en asamblea. Unos exigieron la vuelta a la
unidosis, las pastillas y las ampollas como siempre. Otros echaron la culpa a
un complot de los informáticos de Selene que habían tomado el control. Pero
cuando se decidió tomar medidas, todos acordaron a propuesta de la residente de
interna Adriana que, siendo médicos, resultaba muy complicado protestar por un
sistema que estaba tan claramente sanando a la gente. Se concluyó que de seguir
así, lo mejor era ajustar los planes de residencia dando un peso mayor a la
rehabilitación y prevención que a la curación.
A los tres meses, los primeros despidos de interinos
coincidieron con intensos rumores de súbitos empeoramientos y muertes terribles
en muchos de los pacientes que poco antes habían experimentado una curación
milagrosa.
Jose revisó las historias y localizó a uno de los pacientes.
Vivía en el Palmar. El hombre de 70 años había fallecido inmerso en terribles
dolores y delirios. La familia le relató que habían recibido un sobre con
membrete de la Arrixaca con un papiro que contenía un contrato que debía ser
firmado ydevuelto en sobre franqueado adjunto
con destino a Farmacia de la Arrixaca. El contrato exponía en sus cláusulas que,
una vez recuperada la salud, debía, debidamente informado, entregar su alma con
su firma. La familia no comprendió bien, habían pensado que se trataba del tan
mencionado copago y tiraron el contrato con sus sobres a la basura, que dicho
sea de paso comenzó a arder. De inmediato comenzó el empeoramiento, y el
enfermo aterrado se negó a que le atendiesen en el hospital que antes había
venerado. Murió. Jose recogió tres casos similares. Todo cuadraba. Regresó al
hospital y habló con el cura Juan quien no pudo negar la evidencia. Aquello
explicaba por qué la cruz cada mañana amanecía al revés.
Con la puesta de sol, se colaron en el recinto donde
habíamos asistido al aquelarre. Rociaron cada rincón con agua bendita. Dejaron
en la ventanas ramitas de olivo del Domingo de Ramos. Exorcizo vos, numismata, per Deum Patrem omnipoténtem, qui fecit caelum et
terram, mare et òmnia, quae in eis sunt. Omnis virtus adversàrii, omnis
exércitus diàboli et omnis incùrsus, omne phantàsma sàtanae, eradicare et
effugare ab is numismàtibus: ut fiant òmnibus, qui eis usùri sunt, salus mentis
et còrporis : in nòmine Patris ET
Omnipotentis… El cura
Juan cayó exhausto. El color amarillo empezó a disiparse. Se olía a jazmín. Las
brujas no llegaron.
Al día
siguiente en la Arrixaca siguió habiendo fantasmas, brujas , ángeles y demonios
pero desaparecieron los saquitos de piel y se volvió a la unidosis. No hubo
milagros, pero hubo alguno curación y muchos cuidados, y sobre todo, cada uno
hizo con su alma lo que pudo o quiso
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