Se oían ruidos en el cuarto de baño adyacente a la sala de
exploración.
La colonoscopia de Juana, una mujer de mediana edad, había
terminado sin problemas. Estaba despejada una vez había pasado el efecto de la
sedación, pero se encontraba un poco hinchada por lo que pidió acceder al baño,
al que se entraba desde la misma sala. La auxiliar le indicó que no echara el
pestillo, que no iba a entrar nadie. Improvisó una falda con la sábana y cerró
la puerta.
Es incómodo estar detrás de la puerta de un baño ocupado.
Tienes la sensación de invadir la intimidad de alguien, pero no hay otro
remedio porque hay que hacer el informe en la misma sala. Normalmente no
prestas atención, pero esta vez en el baño los sonidos habituales eran
distintos. La mujer que había entrado tranquila ahora gritaba. Primero un chillido
agudo que llamó la atención de medio hospital. Después ruido de golpes y
después pidió socorro. La puerta se abrió, se estampó contra la pared y la
mujer salió corriendo con la toalla colgando cubriéndola solo por delante. El
rostro demudado. Lloraba y señalaba al baño.
“Señora, tranquila” “¡Una mano!” “ Tome usted la mía y
siéntese” “ ¡Hay una mano en el baño! ¡Hay una mano en el baño!” “No se preocupe, es la medicación que le ha
jugado una mala pasada” “ ¡Había una mano! Me he sentado a …aliviarme y he
sentido que algo me acariciaba la nalga y me ha pellizcado” “Es una
alucinación. De todos modos voy a entrar al baño y lo voy a comprobar y así usted
se tranquiliza” Enjugó sus lágrimas. Hipó un par de veces. Siguió mis pasos con
la mirada. La puerta no se había cerrado. Levanté la tapa de la taza y no había
nada. Tiré de la cadena. Tomé la escobilla y la froté contra el sanitario.
“Nada” “No sé. Quizás tenga usted razón. Lo debo haber soñado. Gracias”
La señora se levantó. Estaba chocada, no se preocupó de
cubrirse el trasero. En su nalga izquierda en la convexidad había una rojez que
comenzaba a tomar tonos violáceos.
Estaba de guardia. Por la noche hicimos una urgencia en la
misma sala. Mis intestinos se movieron y me acerqué al baño. Antes de sentarme
destapé el sanitario. Miré su interior. Me pareció ver unas ondas en el agua
pero me senté. Antes de relajarme oí el agua del fondo agitarse. Algo me rozó.
Me levanté. Cogí la escobilla a mi derecha me giré y la atrapé justo en el
fondo cuando ya se retiraba hacia el sifón. Era una mano, con reloj y dos
anillos. La escobilla no pudo retenerla más que unos segundos y yo no estaba
dispuesto a cogerla con mi propia mano. Desapareció hacia el sifón con un movimiento
similar al de un lenguado o un rodaballo.
No he vuelto a usar ese baño. En realidad no uso ya ninguno
con tranquilidad.
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