Al despertar, a tu lado hay una anciana. Más de ochenta
años. Pelo largo gris. La dentadura sumergida en un vaso en la mesilla. Duerme.
Miras debajo de las sábanas. Está desnuda. Tú también lo estás. Te duele la
cabeza y después de verla te duele más.
Por la noche te acercaste a una chica. No le preguntaste su
edad para no averiguar cuantos años era más joven que tú. Recuerdas sus labios
turgentes. Su sonrisa. Unas facciones muy agradables. También un beso. Nunca te
habían besado así. Te dejabas llevar porque te gustaba mucho donde ibas. Es
emocionante cuando todo es tan fácil, como respirar o caminar.
La mujer se mueve. Un pecho flácido se descuelga por encima
de la sábana. Se gira hacia ti. Su brazo te busca. Te vas al borde de la
cama, desde donde miras a todos lados buscando tu ropa.
Era temprano para la hora a la que la gente solía salir.
Poco más de las once. Ella miraba
continuamente el reloj. Le preguntaste si no estaba bien. Te respondió que
estaba muy bien pero que a las doce tenía que estar en casa, si no le ocurriría
algo terrible. Supusiste que su padre era muy severo. No era cuestión de su
padre. Era algo mucho peor que no te podía decir. Respetaste su silencio. Ahora
te estás arrepintiendo de tu discreción.
Tu ropa está entre la butaca y el suelo. Te deslizas entre
las sábanas sin hacer ruido.
La pasión llegó a un punto en que estaba casi al
desbordarse. Le ofreciste ir a un hotel. Miró hacia abajo. Le pediste disculpas
por tu oferta. Sus padres no estaban. Si tú querías podíais ir a su casa. No te
lo pensaste. Ahora ya te arrepientes porque no te acuerdas de nada más que del
despertar.
A las once y media os estabais desnudando en el dormitorio
que ahora quieres abandonar. Te queda una última esperanza. Que se trate de un
a broma. Que mientras dormías, han cambiado a tu pareja por su abuela o su
bisabuela o incluso tatarabuela. La anciana resopla en la cama. Te sobresaltas.
Se da la vuelta y deja a la vista el tatuaje de su nalga. El es mismo que besaste
anoche. En el cuello la misma gargantilla y en la muñeca la misma pulsera de alpaca
que le compraste en el mercadillo antes de subir al coche. Ella no va a
desenmascarar la broma. No hay ninguna broma. Te levantas. Coges tu ropa. Te
vistes a medias. Tanteas las llaves del coche en los bolsillos. Abres la puerta y sales en silencio.
En el coche, a los pies del asiento del copiloto encuentras
un zapatito no mayor de un treinta y seis. Anoche ella lo vestía. Arrancas.
Cuando estás en la autovía abres la ventanilla y lo tiras.
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