Una mujer joven y bonita esperaba el autobús. No vestía
distinto de cualquiera de los otros pasajeros de su misma edad, entre
veinticinco y treinta años: vaqueros ceñidos gastados, una camiseta con escote
amplio y un pañuelo palestino o similar cubriéndole el cuello,.
A las siete y media se sentó en la parada. Coincidía con los niños del
transporte escolar. Durante toda la mañana departió con los ancianos que se
dirigían a los distintos hospitales y centros de salud del municipio. Sonreía
mucho. A las once sacó un bocadillo de su bolso, se sentó y se lo comió en la
marquesina.
Salí a hacer una carrera y cuando regresé pasado el mediodía
regresaban los ancianos, más tarde los niños que tenían jornada continuada y
ella todavía seguía allí.
“¿No se ha movido?” “No yo no me he apartado de la parada y
está todo el tiempo ahí”. Abandoné la parada y me acerqué a la marquesina.
“Hola” “Hola buenos días señor” sonrió. “¿Necesitas algo?” “No gracias. ¿Y
usted?” “¿A qué te refieres?” “¿A qué se refería usted?” “Llevo casi toda la
mañana en la parada de taxis y tú no te has movido de la marquesina” “No” “Eso
no es lo más habitual” “No desde luego” “¿Te has perdido?” “No” “¿Esperas a
alguien?” “No” “¿Cómo te llamas?” “María” “María si necesitas algo me lo dices.
¿vale? Estoy en la parada” “Gracias señor. Si necesita algo dígamelo usted
también a mi”
De regreso a la parada mis compañeros se arremolinaron
entorno a mí. “¿Qué te ha dicho?” “Nada” “Vamos no te lo calles” “No me callo
nada” “ Seguro que es una pilingui” “No. Bueno, no creo” “No nos cuentas nada”
“No tengo nada que contar” “Seguro que te callas algo” “Id vosotros y le
preguntáis” “Ya has ido tú no tendría sentido”.
Hora de comer. Sacó otro bocadillo y un refresco. De postre
una manzana. Los pasajeros le deseaban buen provecho. Ella sonreía si tenía la
boca vacía e inclinaba la cabeza si masticaba. A las siete en punto de la tarde
se levantó y se marchó.
El día siguiente regresó. Así de lunes a sábado ocho semanas. Me miraba a veces, me sonreía y me
saludaba girando la mano.
Un día subió al autobús. No volvió.
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