Habías esperado recostado en la cama pasando canales en el
televisor. Ella estaba en la ducha. Unas cervezas. Cena con un magnífico cava.
Un pequeño hotel con encanto. Tu pareja y tú. Daba vueltas en tu cabeza su
sonrisa durante la cena, el cruce de miradas. Era bonita. Sabías que todos la
miraban. Te gustaba que la mirasen porque estaba contigo.
“He terminado”. Un nudo grueso sujetaba la toalla por encima
de su pecho menudo. Su cabello mojado le empapaba los hombros. Su puño cerrado ocultaba
la ropa interior. Te levantaste. Cogiste su cintura y desde atrás rozaste su
cuello con tus labios. Todavía no. Se dio la vuelta y rozó sus labios con los tuyos.
Acarició con el índice la punta de tu nariz. “Me he duchado con agua fría. El
grifo de agua caliente tiene el resorte estropeado. Lo pulsas y regresa a su
posición original” “Deberías haberme llamado” “Verás cómo se me han puesto los
pezones” Te erizaste sólo con imaginarlo.
Cerraste la puerta. Te desvestiste. Te gustaba orinar antes
de la ducha. No había bañera, sino una ducha rodeada de una mampara de cristal
templado con la palabra agua en distintos idiomas que unía los dos paños.
Giraste el grifo del agua caliente. Pusiste la mano para calibrar la
temperatura. Salió agua pero poco a poco el grifo se cerró y dejó de gotear. No
te explicabas el mecanismo de semejante resorte, pero sabías que no te gustaba
ducharte con agua fría. Estabas caliente, y no querías enfriarte por nada del
mundo. Le diste al agua caliente. Regulaste la fría y conseguiste la
temperatura que te gustaba. Cogiste un alambre que había en un rincón detrás
del sanitario, lo ataste entre un saliente de la mampara y una de las aspas.
Te mojaste. Comenzaste a enjabonarte sin
parar el chorro de agua tibia. El alambre se tensó. Comenzó a dar tirones. Se
paró. Te metiste debajo del chorro. El agua se ponía cada vez más caliente. El
grifo del agua fría se estaba cerrando. Intentaste abrirlo pero al tocarlo te
quemó. Miraste el alambre y estaba al rojo. El agua ardía. Te estabas quemando.
Te pareció oír risas desde las tuberías, varias voces. Te quemabas y la corredera
no se abría. El vapor tomó forma , Frente a tu cara un rostro horrible.
Gritaste. Te estabas escaldando. Gritaste. Golpeaste el cristal . No se rompía.
Lo pateaste y al final estalló. Con el esfuerzo saliste despedido. Caíste al
suelo . Tu pierna sangraba. Tenías el cuerpo lleno de heridas por los
cristales. Tenías la espalda quemada. Gritabas. Llorabas. El ser del vapor te
miró . Se acercó y lamió la herida de tu pierna. Se esfumó.
La puerta del baño se abrió de golpe. Tu compañera vestía
lencería de encaje pero no pudiste fijarte. Perdiste el conocimiento. Lo último
que recuerdas es a ella haciéndote un torniquete en la pierna con su sostén.
Despertaste en el Reina Sofía de Córdoba. Lo que empezó como
un fin de semana apasionado acabó como un desastre. Te visitó el psiquiatra,
cuando te sinceraste te recomendó dejar el alcohol y las drogas que sabías que
no habías tomado. Te dejó unos ansiolíticos que tiraste.
Ella te salvó la vida. Con ella ya nada fue igual.
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