sábado, 13 de septiembre de 2014

El tiempo lento.

El día que me convertí en piedra el sol salió por el este, el despertador sonó a las siete. el autobús pasaba a las siete cuarenta y cinco. Yo no lo cogí.

Cuando extendí la mano para apagar el despertador, sabía que aun quedaban cinco minutos de pereza entre las sábanas  mi sudor y el suyo. Cinco minutos. Arriba.  A ciegas, sin luz, saqué mis zapatillas de montaña. Antes de salir el sol. El rocío formaba finas gotas que distorsionaban los reflejos del amarillo de mi camiseta. Dos kilómetros antes de la inmersión entre pinos. Dos kilómetros de olor a gasoil, y en unos metros un muro de olor a tomillo, espliego, romero. Sudor. Esfuerzo en las cuestas. Arriba. Jadeo. Recupero nuevas latidos, nuevos movimientos del diafragma. Sigo. A cada paso el mundo se queda pequeño. La senda a la derecha. Tierra, seca después del verano sin fin. Piedras sueltas.Roca. Inspiro. Más aire. Jadeo. sudor. Tiemblo ligeramente. Subo la cremallera del cortavientos. Dos dátiles. Todavía no sé que son mis últimas respiraciones y mis últimos bocados. Agua. Después sólo el rocío y la lluvia. Apoyado en el mojón del vértice geodésico. Un roquedo a quince metros. Debajo la ciudad, mi pueblo, el río, amigos y familia. No me voy a despedir. Débil. Esta vez la comida no me repone. El agua no me sacia. Ya no sudo. Me siento junto a las piedras. Miro donde está mi ,donde no voy a volver.

Me buscaron durante días. Encontraron mis ropas. Muchos de mis amigos se sentaron sobre mí, bebieron comieron como hice yo y siguieron su marcha. Una vez escuché a uno de mis hijos, lejos. Intenté gritar no buscando su socorro sino su mirada, pero sin boca no hay voz. Lejos.Mucho tiempo después de vez en cuando algunos de mis compañeros de montaña intentaron localizarme. Cada año, el día de mi desaparición venían donde encontraron mis ropas y guardaban unos minutos de silencio. Mis hijos se hicieron adultos, mis amigos viejos. Algunos dejaron de venir. El musgo, verde en inviernos húmedos, marrón en los veranos creció sobre mí, briznas de hierbas me rodearon, Un pino me llena la coronilla de sus hojas aciculares que el tiempo me despeja . El rocío me refresca las mañanas. La lluvia se arrastra por mis costados. Dejé de contar los días, las semanas, los meses, los años. La base de tierra y piedras sobre la que me sustento quedó dañada con la lluvias del último invierno. Cuando algún caminante, incluso nietos de mis amigos, se sienta, su peso hace que me mueva como un diente de leche sobre su encía. Mi equilibrio se hace inestable. en veinte o veinticinco años mi base terminará por disolverse, mi peso me arrastrará ladera abajo, volveré a sentir la inercia del movimiento a toda velocidad. Espero no hacer daño a nadie. Me detendré. Quizás al llegar al valle, la piedra se convierta de nuevo en hombre.



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