sábado, 17 de mayo de 2014

AMARILLO

Los billetes de doscientos euros son amarillos. Casi nadie ha tenido uno. Algunos tienen muchos, pocos tienen sólo uno. Cuando salía de la Arrixaca por la puerta principal vio uno de esos que nunca había tenido debajo de un zapato. Más bien una bota cochambrosa, la piel ajada, el calcetín se veía por los huecos que dejaba a tramos con la suela. La calzaba un mendigo de aspecto de ochenta pero que tendría cincuenta. Lo había visto cada mañana buscando con poco disimulo colillas por el suelo. Miope las acercaba mucho y guardaba las que no habían apurado.Se movió de un banco a otro, miró a los pies de las columnas donde los fumadores familiares de pacientes o ingresados se apoyaban. A cada paso el billete oscilaba pero no terminaba de desprenderse. Doscientos euros son mucho dinero. Era evidente que aquel hombre no era consciente del tesoro que viajaba con él. Lo había pisado como quien pisa una hoja y no se había molestado en quitárselo. Avisarlo de su buena fortuna. No. Compraría tabaco o algunos brics de vino barato. Doscientos euros son mucho dinero. Una cantidad extra así le permitiría un pequeño homenaje. Es viejo ni siquiera lo había visto. La suerte es para quien la encuentra. Nadie más que ella al salir de su trabajo había visto aquello. Se podría dar un capricho. Por una vez. Para sí misma. siempre pensando en los demás. Una vez ella. Pero robar a un indigente.. No es robar, se roba a quien posee algo. Quien no es consciente de  su propiedad no posee. Ese papel amarillo debajo de la suela era libre, a su portador lo mismo le daría haber pisado un folleto de publicidad, una hoja, una receta que un billete. Lo mismito. Y no sabría disfrutarlo. Para nada. Vino y tabaco. Un capricho para ella. El hombre seguía el recorrido por las esquinas. De vez en cuento miraba alrededor con poco disimulo. Al girar el talón, el billete quedó amarrado sólo por una esquina. osciló, fue sacudido por la brisa de una mañana que amaneció fresca, pareció volar, ella dio tres pasos, bajó el pie hasta el suelo y lo aplastó contra el suelo. Las dos miradas se cruzaron.  El cazador al acecho y la presa que no se sabe objeto de deseo del depredador. La mirada estrábica de unos ojos mate que destilaban lágrimas de plomo sobre los pliegues de las ojera la hizo girar la cabeza. Giró todo el cuerpo y volvió a cruzar el umbral de la puerta automática del hall del hospital. Se detuvo y se volvió. Le empujaban por delante y por detrás. Entre los cuerpos que se movían siguió el trozo de papel que podía alegrarle el día.el hombre tenía suficientes colillas. Renqueando se dirigió a la rampa. Le siguió. La brisa de la mañana se había convertido en un vendaval.Tropezó. Una mujer con un chaleco rojo con una cruz roja ribeteada de blanco con una tablilla que cayó al suelo con estrépito. Le pidió explicaciones. Un lo siento y siguió su camino en pos del indigente que huía. Era tan claro su destino que la colaboradora de la Cruz Roja también miró. Miró atrás y vio en los ojos de la mujer que también había visto el billete.Debió sentir vergüenza al sentirse descubierta, pero no sintió ninguna, demasiado tarde. Se iba, su pequeño sueño se iba. El hombre dio media vuelta y volvió por la rampa que había bajado. Pasó junto a las dos mujeres que evitaron su mirada.Cuando llegó al rellano frente a la cafetería acristalada agitó el tobillo. Habia notado algo pegado. No le interesaba nada que pudiera haber pegado en su zapato. Si era una colilla estaría chafada, no apta para fumar o liar. Un hombre que subía la saludó, se interesó por su familia y se sorprendió por haberse cruzado al salir, pensaba que ya estaría en casa.Ella respondió un sí con otro, primero con sonrisa después hosca. El hombre la soltó. Miró donde estaba el mendigo. Lo vio hacer cola en la barra del café. En el exterior la voluntaria que se había separado unos metros se levantó y se introdujo algo con disimulo en el bolsillo. La miró muy fijo. Concentró en sus ojos toda su fuerza buscando disparar rayos exterminadores sobre la voluntaria. Las dos mujeres coincidieron sus miradas. La del chaleco rojo se ruborizó. Ella tomó la palidez azul de los muertos. Le pareció que la voluntaria temblaba. Ella seguía paralizada con la mirada fija. La voluntaria se llevó la mano al bolsillo derecho. La mano temblaba con un papel amarillo en su interior. La alzó y la introdujo por la ranura del bote de cuestación,

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