miércoles, 3 de octubre de 2012

¿QUIEN SE HA LLEVADO MI JAMÓN?


Siempre que llegaba a casa, antes de la cena, centraba el jamonero en el poyete. Afilaba el cuchillo en la piedra de amolar. Se situaba vertical y quitaba chullas transparentes que formaban un entejado poco tupido sobre el plato de postre. Un bote de cerveza en una copa de cristal. El mando del televisor . Un trago. Burbujas en la garganta. Sabor amargo en la lengua. Un pellizco al jamón. El tacto untuoso. El olor a mantequilla y aceite. La comunión de la chulla. Los ojos cerrados. La sal que se disuelve en la lengua. Mastica. Un pico crujiente. Mastica dos veces más y otro trago de cerveza. Un placer de un hombre solo. Con precisión hacía coincidir el último bocado con el último trago. Ahora sí. Una cena ligera, una ensalada con algo de queso, un yogurt y a la cama. El ritual de todos los días entresemana. Al volver a la cocina, tapaba el jamón con un paño, admiraba el corte perfecto y lo afirmaba al lateral del frigorífico. Pero había comprobado la precisión de su corte, siempre entre noventa y cinco y ciento cinco gramos. Los jamones siempre entre siete kilos y  medio y siete setecientos cincuenta. Un jamón cada dos meses, semana arriba semana abajo. Pero esta vez el jamón avanzaba más deprisa de lo previsto. Calculaba que el doble más. Los tres días siguientes lo pesó en la báscula antes de servirlo en el plato: Cien gramos, ciento tres y ciento dos. Como siempre. Pero su jamón se evaporaba. Lo consultó con el carnicero, pensando que el jamón se secaba. El carnicero le dijo que en un jamón de bodega, eso era imposible. Pero su jamón se acababa. No le molestaba, pero la falta de control le estaba interrumpiendo el sueño, le estaba alterando el sabor y le estaba rompiendo las rutinas que hilvanaban sus días. No era posible pero era cierto. Después de cenar, dedicaba dos horas a hacer la contabilidad de un par de amigos autónomos. El apunte tedioso de las facturas, la valoración de los gastos en desgravables  y no desgravables, la confección de las liquidaciones para hacienda hacían que en su despacho hubiese dos montones de papeles, sólo dos, los pendientes y los resueltos. Pues algún día habría jurado que el paquete de los pendientes se había visto recortado, y coincidiendo con el recorte de su jamón. El sonambulismo podía ser una explicación, nadie sino él en sueño activo se habría comido su jamón  y habría adelantado su trabajo. Si era así, era un trastorno muy práctico, con un poco más de gasto en jamón avanzaba mucho más el trabajo. Pero ¿Y si no era esa la explicación?. Por la noche echó harina en la única entrada de la cocina  y también en la única salida de su habitación, hizo una muesca en el jamón y una raya junto a la vigesimotercera –a- del documento con el que empezaría al día siguiente. Esa noche descansó como hacía muchas que no lo hacía. Saltó la banda de harina en el suelo que estaba íntegra. Pasó al despacho. Buscó el documento marcado y no estaba. Miró en los resueltos, estaba ése y treinta más. Fue a la cocina con su corazón dando botes y se tranquilizó al ver la línea sin tocar. El jamón estaba tapado pero el corte había avanzado, calculaba entre un milímetro y medio y dos milímetros. Contuvo el llanto pero no la rabia. Si seguí así, antes de dos semanas estaría terminado, en cuanto al trabajo, no iba a tener que pasar ningún fin de semana más de fin de trimestre hasta las tantas revisando papeles. No podía contar a nadie el misterio del jamón y sus papeles. Él mismo tomaría por loco a quien le contase una cosa así. Compró una cámara y la ocultó en un altillo de la cocina y otra en un estante del despacho. A las seis se despertó. Había la mitad de expedientes pendientes que cuando se acostó. El corte limpio del jamón rozaba ya el hueso. Le dio la vuelta en la jamonera. Se sentó frente al ordenador. Colocó las grabaciones de ambas cámaras. Lo que vio le dio la respuesta.

Varios meses después el carnicero le preguntó si es que no le gustaban ya sus jamones. Le respondió que ya no comía jamón. En el bar sus amigos le preguntaron por qué ya casi no salía los fines de semanas. Él respondió que tenía que trabajar más.


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