domingo, 6 de enero de 2019

EN LOS BAJOS

Cuando reposto gasoil en mi coche me siento mal. Una parte del cambio climático que atenaza a la humanidad es mi responsabilidad. Si no fueran tan caros tendría un coche eléctrico. Podría circular por el centro, aparcar en lugares privilegiados en lugar de carísimos parking. Me siento mal por envenenar a mis vecinos, pero sobre todo, la verdad, me siento mal por no poder cambiar de coche desde hace más de veinte años.Un día desaparecerán los surtidores de gasoil, pero de momento aquí estoy cuando a mi lado pasa un moderno coche eléctrico Tesla azul cobalto que a unos diez metros se enchufa. Mi surtidor se ha detenido: veinte euros. Salgo. Giro y la mancha azul cobalto me pase a mi izquierda. Mi instinto me hace acelerar. No debe ser dificil mantener el rebufo de un coche eléctrico. Lo es. Me cuesta. Acelero y acelera. Mi motor comienza a vibrar cuando le adelanto. Bajo la ventanilla para verlo mejor. Me contengo pata nomostrarle el dedo. Es más joven que yo. La carretera nos pone violentos. Quizás solo a los conducotres de vehículos de explosión. Los motores eléctricos son silenciosos y tan poco rumorosos que quienes los conducen sin duda se convierten en ángeles. En los minutos que permanecí en paralelo retándolo no parpadeó. Sonrió sin un asomo de burla. Superior. Se sentía superior. Me sentí inferior. Pero el ruido. Aquel ruido que pensaba que era de mi vehículo procedía del suyo. Me molestaba. El cerebro no conseguía taparlo, pero sí consiguió aislarlo. No cerré los ojos porque conducía a más de cien por hora, pero supe que era similar al rudio de una bandera expuesta a un viento huracanado. SEguro. Pero en aquel coche reluciente no había ningún embellecedor ni siquiera empañado. LO dejé pasarme. Me situé detrás suyo y en los bajos encontré el trapo, el trozo de tela que era sacudido por la velocidad produciendo el ruido que empezaba a a marearme.¿Y si era una avería?. Y si aquel coche reluciente que estaba salvando a cada instante a mi planeta era víctima de un accidente por mi negligencia. Aceleré. Me puse en paralelo en el carril contrario y comencé a agitar el claxon. Abrí la ventanilla con gestos tranquilizadores, no quería parecer un macarra de carretera que atosiga a un ángel. Le señalé los bajos. Grité cuidado. Le supliqué le miré aterrado. Su gesto imperturbable cambió. Frenó y se detuvo en una gasolinera, justo al lado de un grupo de personas. Me detuve a mi vez. Me acerque´. Le pedí perdón y le señalé los bajos del vehículo. Un trapo blancoque ahora arrastraba sobre el suelo. Me agaché lo cogí. Comprobé que no era ninguna avería. Le sonreí. Tiré. Se degarró dejando un jirón en la esquina de un tornillo de la transmisión. Lo sacudí reproduciendo mínimamente el ruido. Era una camisa casi entera. llena de manchas de grasas y unas marcas de tacos de las ruefas y de sangre. Miré al suelo, en la sacudida, del blsillo calleron dos tarjetas, una de visita y otra de unclub de senderismo. Desde la autovía se acercaba una ambulancia escoltada por un todoterreno de la guardia civil.En el faro izquierdo del tesla había una muesca. y restos de un líquido rojo. El conductor me miró. Dejó de sonreir. siguió con la mirada el destello de las señales de la ambulancia. Cuando dejó de escucharse arrancó. Me dejó con la camisa ensangrentada en las manos. y emprendió la marcha en sentido contrario al que le había traído. El emplrado de la gasolinera me pidió si quería repostar, Le dije queno  y me ordenó que circulara. Tiré el trozo de camisa a la palelera y retomé la marcha.

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