sábado, 24 de septiembre de 2016

Amanecer desde mi ventana

Desde mi ventana, casi sin levantarme de la cama, puedo ver las alamedas. Es otoño. Las hojas amarillas se arremolinan arruinando el trabajo del barrendero. Como Sísifo con su piedra, las apila una y otra vez. De vez en cuando recoge y vierte un puñado en el carrito. Ayer llovió. Los charcos se oscurecen con las hojas empapadas sobre el albero. Esas, las mojadas, no las toca. Las hojas mojadas, sabe, son tributo de la tierra que acabará con ellas incorporándolas al suelo. Si hubiese llovido más tendría menos trabajo. En los troncos, en zonas umbrías o al abrigo del sol de mediodía brotan hongos entre las grietas. Apenas está amaneciendo.Entre las montañas aclara un amanecer naranja que por la tarde se teñirá de ocres antes de declinar a los grises de la noche. Cada día me recorre el escalofrío cuando el calor de las sábanas se disipa en el ambiente de mi habitación. Siempre me acerco, pego la nariz y los labios al cristal para sentir el frío. Ese frío que recorre mi espina dorsal me agudiza mis sentidos para comenzar a  montar un nuevo día. Hoy no hay vaho. Tengo frío desde que me acerqué a la ventana. Un frío sin frémito, quieto.

Sobre el cristal se refleja el piloto azul del móvil. Su mensaje ha llegado. Siempre llega poco después del amanecer. Siento como una caricia la luz que parapadea. Siempre palabras dulces, tres cuatro, nunca más, suficiente para sacar una sonrisa. Debo contestar pronto,si no se disgustará, pensará que no es correspondida. Siempre dejo el móvil en carga en la mesita contraria a la ventana. Rodeo los pies de la cama despacio. Unos segundos más supondrán alguna palabra más. Insistirá buscando mi respuesta, la inducirá, despertar su ansiedad unas décimas de segundo es lo máximo de angustia que deseo despertarle.
Suficiente. Extiendo la mano. No puede ser. Estoy dormido. No me he despertado. Esto es un sueño en todo parecido a la realidad. Mi mano se afana en atrapar el móvil , pero la pantalla tactil no se activa. Parpadea y parapadea. Se debe haber averiado. Tendré que llamarla. Se enfadará con mi retraso. Pero el móvil se activó con el despertador. Sí lo  recuerdo perfectamente. Extendí la mano, de noche todavía y lo apagué. Encendí la luz de la mesita que sigue encendida  a pesar de que es de día. Me levanté sí, deprisa, Unos pasos. Sudor frío. Náuseas. Y nada más, no recuerdo nada más. Siento que me estoy mareando. Voy a vomitar. Voy al baño contiguo. En el suelo, hay un cuerpo desnudo. Soy yo. Hay sangre en el borde de la bañera. Un hilillo de la sangres surge de mi oído. ¿Qué haces? ¿Qué hago ahí en el suelo? No puedo estar ahí. Estoy aquí en pie. Debo despertar. Necesito aire fresco. Voy a la ventana. El pomo de la corredera se me resbala. No consigo abrirla. El cristal no se empaña. La habitación se difumina en tonos grises , miro atrás, ha amenecido. El sol alborea un poco por encima de las montañas. El sol, las alamedas tambien se disuelven en la nada. No es el mundo sino  yo quien se desintegra. Miro el último resplandor de la ventana. El otoño ha llegado. Comprendo que es el último amanecer que contemplaré desde mi ventana.

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