miércoles, 7 de septiembre de 2016

DIAS DE MAR

El mar en verano es un mercado. Sol, hamacas, tumbonas, cerveza, sombra, amor y odio. La ley del mercado en un tiempo de exceso. Rebozados de sol, de arena, gambas,cuerpos fritos en aceite solar y alimentos untados en aceite de oliva. La luz es amarilla. O blanca.
En otoño sin embargo el mar es azul, oscuro, gris marengo o plomo, con la luz anaranjada al atardecer.
Octubre en Calabardina. sopla sobre las colinas el viento de levante. Nubes blancas bajo nubes negras se ciernen en los altos. en la playa remolinos de arena que hieren las mejillas de la mujer que llega protegida en una chaqueta demasiado tenue y demasiado clara para un ambiente que por fin ha refrescado. Se equivocó en el peinado, La humedad, el viento y la arena lo han deshecho. Vuelve al coche. recoge el pelo con una goma y lo ampara en un  moño. Mira al retrovisor . Bien. Retoma el camino hacia el muelle.La sobresaltan unos golpes.La contraventana de una casa cerrada golpea contra el marco zarandeada por el viento que arrecia. Un rayo de sol, una luz amarillenta en la puesta de sol, le da al paseo un calor mortecino que sólo durará la media hora que queda para que el sol se hunda en el horizonte. No llegará a tanto, el viento arrastra gotas minúsculas heladas como alfileres desde una nube púrpura que cierra el cielo de la bahía.
En el muelle. Poco antes que el sol se ponga. No había dicho nada en su mensaje de la lluvia o la tormenta. Sólo el muelle y el ocaso. Ni siquiera hora, pero llega con retraso,lo sabe, oscurece.
Está ahí. Sentado en el banco mirando el mar, sostiene algo entre las manos. Mira a derecha y mira a la izquierda, nunca mira atrás por donde ella debe llegar. Pulsa. El reflejo débil de la pantalla alumbra sus rasgos en la oscuridad. Se detiene. Se ampara en la última esquina que la separa de la explanada. Saca el espejo del bolso, se mira. El pelo, los ojos perfilados, el rímel, los labios fruncidos carnosos con el brillo del último glos. Estira la chaqueta . Alisa la falda. Limpia con un clinex los zapatos de un tacón disimulado de las sombras titilantes de las gotas del chubasco. Repasa. Reprime un grito cuando la luz de la farola se enciende sobre su cabeza. Es de noche. su sombra se tumba en el suelo irregular del malecón. Palpita. Palpita. Contiene la respiración que se acelera. Son cincuenta metros, sólo cincuenta metros. Avanzará despacio, se sentará junto a él, en el banco, quizás rompa a llover y se mojarán juntos y comenzarán a reir. Tal vez bailen bajo la lluvia como dos locos, y después, después que venga lo que tenga que venir.Ya decidió el riesgo antes de salir. Un último vistazo con el espejo, un primer paso y... el banco junto al malecón está vacío. Ha sido un sueño. No. Ël camina deprisa hacia el aparacamiento cercano. Quince metros los separan. Comienza a llover, primero gotas gruesas pesadas, después un aguacero que hace hervir la tierra. El coche arranca. Se queda sóla. NO ha corrido. No ha gritado. Un nudo en la garganta amasa la saliva reseca. No llora pero sus ojos están húmedos. donde antes había palpitaciones ahora hay vacío. Saca el teléfono del bolso.
"Estoy un poco resfriada. No podido salir con este tiempo" Espera con el teléfono mirando la pantalla. NO hay respuesta.

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