martes, 1 de mayo de 2018

CUCARACHAS

Cuando terminaste de cenar y pasaste al baño para lavarte los dientes y encontraste en la repisa del lavabo un cucaracha sobre las cerdas de tu cepillo de dientes pensaste que se trataba de un asqueroso accidente. La cucaracha se había encontrado en su recorrido anárquico aquel objeto como podrías haberla encontrado sobre cualquier otro. Intentaste chafarla pero escapó. Echaste pasta en el cepillo pero te vino una náusea y lo tiraste a la papelera. Mareado te fuiste a acostar. Desplegaste la sábana, te sentase y bajo tu nalga un chasquido y un cosquilleo de media cucaracha que intentaba sobrevivir. Al otro lado de la cama, de la sábana salían las antenas y el rostro de otra cucaracha que corrió en ayuda de la medio aplastada. Diste un salto. El bicho se arrastraba en círculos con las tripas colgando por la cama. Su compañera que se había acercado corrió cuando blandiste la zapatilla detrás de ella. Volviste al baño a vomitar. En dos arcadas quedaste como si no hubieses cenado. Te erguiste con los ojos cerrados intentado evitar nuevos accesos de náusea. Miraste el estante, en la boquilla de tu perfume favorito dos artrópodos, uno sobre el pulsador y otro frente a la salida del perfume. Le diste un manotazo y saliste corriendo hacia tu despacho. Te sentaste. Desplegaste la pantalla del portátil que estaba medio plegada. Se encendió la pantalla. extendiste la mano y notaste el bullir de las patas. La lanzaste por la ventana, miraste la pantalla en la que había una foto desenfocada y retocada de una cucaracha de un tamaño enorme hecha desde cerca con la webcam. Apagaste. Oiste un ruido. Sobre el robot aspirador dos nuevos artrópodos parecían navegarlo. Saliste al recibidor. Dos grandes y dos pequeñas  salían juntas, la mayor llevaba del cuello el aro que engarzaba las llaves. Abrió la puerta y bajó las escaleras. De cada casa salía una o dos, muchas se despedían de sus parejas antes de salir. Llegaste a la calle en calzoncillos. En la parada de autobús se acumulaban ordenadas y en hilera dos docenas. Frente al kiosco media docena de pequeñas se arremolinaban fentre a los dulces  más azucarados. En medio de la carretera una mayor sobre un poste se giraba a un sitio y a otro mientras coches, autobuses y camiones , en apariencia sin conductor o con conductores alados circulaban a toda velocidad por la ciudad. ¿Y los humanos? El resto de los humanos donde habían ido. La plaga se había extendido sin que nadie lo advirtiese, o lo advirtiese de una forma inocente, creyendo que el que una cucaracha se cepillase con las cerdas de tu cepillo de dientes era una burda casualidad y no tenía ningún fin teleonómico. NOo sólo se cepillaban los dientes, se perfumaban, se tapaban con sus sábanas, conducían los robots aspirador, los autobuses y los coches, regulaban el tráfico, compraban golosinas en los kioscos o guardaban colas. Se habían apropiado de una civilización que les era ajena. Milenios de ensayos, de errores, de asco y desprecios hasta que llegaron a la generación que con éxito había arrebato la posición de liderazgo de la creación. ¿Y los hombres?. Nadie. No había nadie. Todos muertos o presos o esclavos. Te escondiste entre unos matorrales de un parterre. Permaneciste varias horas. Al anochecer viste levantarse la tapa de una alcantarilla al fondo de la calle. El brillo de unos ojos te tranquilizó. Corriste. El desconocido cerró la tapa y te pilló los dedos. No gritaste por temor a ser descubierto. Levantaste la tapa y corriste por donde escuchaste un ruido como un roce. Si había humanos aun había esperanza. Corriste. El tipo en taparrabos y muy sucio se arrastraba por los bordes de las paredes impulsado por manos y piernas. Le alcanzaste de una pierna. La sacudiste y chilló. Le hiciste el gesto de que se tranquilizase. Poco a poco se  tranquilizó, sobre todo después que le alargases un par de chicles de menta. Balbuceaba. Empleaba un lenguaje rudimentario. Le preguntaste por qué no llamaban al antiplagas. Cuando oyó la palabra se espantó y estuvo a punto de echar a correr. Le preguntaste por un teléfono y le señalaste hacia arriba. Le dijiste que te acompañase. Le deasteó debajo de otra tapadera y desapareció en la oscuridad de las cloacas. Subiste. Era un hotel. En la recepción varias cucarachas . A la entrada otras tantas que arrastraban una maleta con ruedas. En la esquina un teléfono. buscaste la ranura para las monedas o para introducir la tarjeta  en balde. Miraste a recepción. Un artrópodo te encaraba. Le señalaste el teléfono. El bicho se perdió detrás del mostrador y el teléfono dio tono. Buscaste en una guía control de plagas y marcaste. Te pidieron una dirección y distel la del hotel. Empezar por ahí se te antojó una buena idea. Enfrente de la puerta se detuvo una furgoneta con una luz parpadeante. Bajaron dos figuras humanas embutidas en trajes amplios con escafandras. A la espalda llevaban una bombonas y en la mano una pistola de fumigación. Entraron por el lobby del hotel. Te divisaron. Sonreíste y les hiciste un gesto. Se plantaron frente a tí y te gasearon. Sentiste cómo el polvillo dejaba primero los pulmones y después las células sin aire. Caíste al suelo. Antes de perder la conciencia los viste alejarse, las cucarachas les abrían la puerta para dejarlos salir.

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