“Señora deje de llorar y ayúdeme si quiere que encontremos a
su marido. Dice usted que ese sábado cuando salió a correr empleó más tiempo en
despedirse de sus hijos” “Sí. Normalmente de madrugada sólo cierra la puerta de
los niños y se va. El sábado entró a arroparlos. Y tardó en salir de cada
habitación. No mucho pero sí más de lo normal” “ Tome un clínex”.
Siempre se despertaba antes que sonase el despertador.
Esperaba. Un instante antes de la alarma, la desconectaba. Tocaba una tirada
larga de dieciocho kilómetros. Terreno llamo, la mota del río. Sentado en la
cama miró el dorso de sus manos. Las giró. Vio sus pies desnudos. Se encontró
extraño. Supo que era su último día. Era la hora. Miró atrás a su compañera que
le dijo que cerrase la puerta de los niños y se dio la vuelta. Pasó a la
habitación de cada uno de sus hijos. Los arropó y los besó. Les susurró a cada
uno un adiós. Se detuvo en la puerta de la habitación de cada uno. Una última
mirada y cerró. Le apeteció desayunar. Tostadas. Tomate. Aceite y sal. Sabía
que era un último deseo.
“Inspector ¿Han averiguado algo?” “Con los datos de las
zapatillas, hemos seguido las pisadas hasta el kilómetro siete. Ahí los dos
pies se ponen en paralelo y abruptamente desaparecen” “¿Le han secuestrado?” “No
por la fuerza. Se habría resistido. Habría pisadas incompletas o pataleo. Salvo
que le hubiesen enlazado desde arriba desde un helicóptero, que alguien habría
oído en la zona”
Ajustó los calzoncillos, estiró los calcetines, se puso vaselina en los pezones para evitar rozaduras en un trayecto largo que sabía que no
iba a terminar. En la calle estiró como siempre. Comenzó a trotar. No estaba alegre
ni triste al recorrer por última vez cada uno de aquellos pasos. Los clientes
fumadores de la ventana del bar tampoco lo miraron distinto.
“Hay un carril bici. A esa hora pasa mucha gente” “En ese
momento se abatió un banco de niebla sobre el cauce del río y su ribera” “¿Nadie
vio nada?” “ Un ciclista llamó ayer e insistió en que no le tomáramos por loco,
pero justo a la hora en que calculamos que desapareció, levantó la niebla, tan
rápido como había caído, pasó al lado de una nube de mosquitos con forma y
movimientos humanos. Ni siquiera se asustó. Lo tomó como un azar de la
naturaleza. Se detuvo a unos metros. Miró atrás y ya no había nada”
Abandonó el pueblo sin mirar atrás. Trotó por la arena
suelta después de varios días de calor. Le dolían las articulaciones con el
esfuerzo. Poco a poco sus movimientos comenzaron a engranarse y los metros
transcurrían con facilidad. Hacía calor cuando cayó la niebla espesa y fresca.
En el cielo la figura del sol como en una eclipse y las ovillos de nubes que se
deslizaban con la brisa de la mañana. Llegaba al lugar. Se detuvo en medio de
la niebla. Salió el sol. Hacia él venía un ciclista. Lo rodeó una nube compacta
de mosquitos de un zumbido que más parecía un tintineo. Vio reflejos
tornasolados. Reflejos y tintineos cada
vez más débiles hasta que ya no vio ni oyó nada.
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