A veces el tiempo se antoja una frontera muy endeble.
Tres hombres y tres mujeres pasan a la terraza de un
restaurante. Mediodía. Junio. Hace sol. Hace calor pero llega la brisa. Dos
parejas son residentes en la zona. La tercera no.
“Me habían hablado de este lugar” La tercera mujer está
complacida. El plan ha surgido sobre la marcha. El tercer hombre no dice nada. Toman
asiento alrededor de una mesa. La camarera les ofrece la carta y les explica la
tapa.
El tercer hombre había estado antes en ese lugar.
Físicamente. No es un déjà vu. Él si estuvo
allí.
“Diles ya lo que quieres estás despistado” . “Perdón” . El
tiempo oscila. Es la misma silla que ocupó unos meses antes. El mismo rincón.
La misma perspectiva de la barra. “¿Pero dile qué quieres?” “ Lo mismo que tú” “
¿Y de beber?” “Una cerveza” “ Ya hemos pedido una jarra” “No me he dado cuenta”.
Es mediodía o al filo de la medianoche. Hace calor o hace frío. Sólo sabe que
es él. La agujas del reloj se tambalean entre la escena de hoy y la de ayer.
El primer hombre, el más familiarizado con el local, al que
saludan los camareros con confianza sirve la cerveza en las copas de los otros
comensales. La cerveza se escurre lenta por las paredes de vidrio de la copa.
Deja atrás espuma fresca del color de la cera un poco más tostada. Endereza la
copa. Dorado. El segundo hombre pasa el índice por el borde de una copa vacía. La
copa susurra o aúlla o quizás ulula. Ella también pasó el dedo y la copa
susurró, aulló o ululó una noche.
Después de la segunda recarga todos ríen. El tercer hombre
está serio y taciturno. Se siente cambiado. Desde que se ha sentado ha vuelto a
ser el de aquella noche. La misma mesa. Entonces fue una mesa de silencios. Y
de miradas. Y de caricias. También sonrisas. Deseos. El tercer hombre de ayer
cuando sólo era el hombre, cuando no había un primero ni un segundo estaba
feliz. Hoy no. Recuerdos. Vívidos como si los estuviera viviendo.
La mano en la mesa. Espera una mano que repta. Dos dedos que
se rozan. Fuegos artificiales y una bandada de mariposas tornasoladas en el
estómago. Sonrisas. “Pásame el pan. ¿no me oyes?” “Toma” La mano que obtuvo la
caricia una noche toca la panera de esparto áspero.
“Vámonos ya” El tercer hombre se levanta y mira atrás. Se ha
levantado. En la mesa , en la silla queda su recuerdo y enfrente una mujer que
no era la tercera mujer. Se mira y la mira. Siente celos de sus recuerdos.
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