Él tenía trabajo. A fin de mes cobraba, no mucho, pero sin
demoras. También tenía salud. Sus dos hijos lo querían, tenían salud y trabajo.
La convivencia con su mujer era sencilla y agradable después de muchos años. No
era rico. Sus necesidades y un poco más estaban cubiertas. Debería ser feliz.
Pero no. No lo era. Desde que como un virus en todas las
noticias de radio o prensa se coló la prima de riesgo no podía ser feliz. No
dormía. No sonreía. Había perdido el apetito. No tenía ganas de hablar. Cada vez
más. Sus amigos y su familia se preocuparon.
“Me voy a quedar en la cama” Después de una noche en vela”¿Estás
malo?” Nunca había faltado al trabajo. “No me voy a levantar porque el mundo es
muy triste” “No estás bien” “Estoy mejor que nunca” Su mujer lloró y respetó su
decisión. Cada día le rogaba que depusiese su actitud.
Liberado del mundo exterior. Sin la interrupción del sueño
comenzó a estudiarse por dentro. No podía cambiar el mundo que no le gustaba,
pero podía controlar su cuerpo mejor que nadie lo haya hecho. Fue fácil
mantener una misma posición sin moverse un milímetro ocho horas o más. Los
músculos, los huesos y los tendones no tenían mérito. Más difícil fue el
control visceral. Sencillo regular los movimientos intestinales. O la
producción de orina. Más complicado la respiración. Superficial y escasa hasta
bajar de cinco respiraciones por minuto sin que su cerebro echase de menos el
óxigeno. Lo logró. Estaba cada vez más orgulloso de sus logros. Quedaba la
prueba última: El ritmo cardiaco. Cada semana bajó dos a tras pulsaciones, otras
tenía una lamentable vuelta atrás y las pulsaciones remontaba. Pero fue tenaz y
cada latido quedó bajo su control. Sus células se adaptaban a la falta de
oxígeno, sus mitocondrias se detenían, dejaban de oxidar, era muy sencillo,
parar los ciclos bioquímicos a voluntad. Había dado con el interruptor que le
permitía controlar las funciones de su vida.
Su familia primero lo tomó como una locura. Después
enfadados concluyeron que era un juego macabro. Luego simplemente se olvidaron
de él. Se ocupaban de su aseo a la vez que limpiaban y aireaban la habitación.
“No late. No respira. Ha muerto” vino la ambulancia.”¿Cuánto
tiempo lleva así?” “Meses” “¿Meses?” “Progresivamente pero meses” “ No parece
tan enfermo” “Está así porque quiere” “Pues ha conseguido morir” dijo después
de estudiar el trazo recto y plano del electro. El enfermero del 061 iba a
taparle el rostro con la sábana “Parpadea” Volvieron a tomar registros. No
respiraba. No latía. Sin embargo su sangre tenía un contenido adecuado de
oxígeno y su temperatura era de treinta y seis grados. “ Así no puedo
certificar la muerte. Nos vamos” Sus hijos se disgustaron. Lo sacaron de la
cama. Lo apoyaron en la pared unos días. Pasaron varios años. Cambiaron la
decoración de la casa. A su nuera no le gustaba el efecto que hacía el abuelo
paralizado y lo subieron al trastero donde les sobrevivió a todos.
Hoy la casa está abandonada. Si entráis y veis una escultura
llena de polvo. Cubierta de telarañas, seguramente es él.
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