“No he podido reunir el dinero. Necesito más tiempo” Las
manos cruzadas sobre el pubis. La nuca ligeramente flexionada. La mirada
intermitentemente al suelo. Un brillo graso en la frente. Delante una mujer
pasada la cuarentena de una elegancia sobreactuada en un despacho que no tiene nada que ver con el barrio en que se encuentra.
“Este es el tercer aplazamiento. Has agotado tu crédito.
Terminó el tiempo.” “No se vende nada. No hay un duro en la calle. Pídeme lo
que quieras. Lo haré sin dudar” “Tú lo has dicho no hay un duro. Tengo gente de
sobra para hacer lo que sea” “Si pierdo mi casa mi familia queda en la calle.
No podré mirar a mis hijos” “Haber sido previsor. Es tu culpa. No pretenderás ablandarme
con eso” “¡Por favor!” “Quién te ha visto y quién te ve. ¿Donde está ahora tu chulería, tu mirada
arrogante, tus puros caros? Hay que guardar para los tiempos malos. Te lo dije. Los tiempos malos llegan y
son buenos tiempos para personas como yo” “Lo que quieras” “No me gusta verte
llorar. Sigues siendo guapo. No estropees mis recuerdos” “Te lo ruego. Si
alguna vez signifiqué algo para ti” “ Fuiste todo. Me oyes. Fuiste todo. Pero
ahora no eres nada. Te quise. Y te odié. Ahora me eres indiferente. Pero un
momento. Estoy muy aburrida. Todo el mundo se ha vuelto aburrido con la crisis”
Abre un cajón a la derecha de la mesa y saca un revólver. Lo pone encima de la
mesa. “¿Qué es eso?” “Un revólver. ¿No lo ves?” “Qué vas a hacer con él” “¿Yo?.
Nada. Tú. Eso es tu oportunidad” “¿Quieres que acabe con alguien?” “Ese
revólver tiene capacidad para seis balas. Sólo tiene dos” “Eso deja al azar la
vida o la muerte de alguien” “Eso es. Tu vida o tu muerte” “Una ruleta rusa”
“Ahora te has dado cuenta” “¿Qué gano?” “ Un disparo. Si hay bala mueres. Tu
mujer y tus hijos a los que tanto quieres se quedan sin deudas. Si fallas tú
también vives y no hay deudas. Yo siempre pierdo. Tu familia siempre gana. Tú
ganas o pierdes. Es un trato muy generoso”. Silencio.
Él estira la mano. Acaricia las cachas de nácar. Es una
solución. Alguna vez ha pensado en matarse antes que la humillación de la
pobreza. Sus deudas canceladas. Su mujer y sus hijos libres. Pero él puede
morir. Ahora. Un clic. Una detonación y el fin de todo. No hay opción. No la
hay ¿o sí?. Coge el revólver. Es pesado. Apunta con el cañón a la sien. Mete el
dedo en el gatillo. El dedo tiembla. Clic. Estallido y morir. Sin dolor. Pero
morir. Para siempre. O quedar lisiado. Para siempre. Está armado. Separa el
revólver de su sien. Apunta a la mujer. Clic. Clic. Clic. Clic. Clic. Clic.
Ella se ríe a carcajadas. Él le lanza el revólver que ella esquiva. Se da la
vuelta. Dos hombre fornidos lo disuaden.
“Eres un cobarde y un tonto” “¡Mátame!” “Has podido salvarte
y has perdido. Me has divertido mucho. Deja en la mesa las llaves del coche y
la cartera” Se resiste pero uno de los gigantones lo amenaza. “Toma dos euros
para el autobús” “Mañana iré por las llaves de tu. Perdón. De mi casa. Procura
que tu familia no esté” “Echadlo a la calle. Se le escapa el autobús”
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