“¿Qué tal vuestras habitaciones?” “La mía muy bonita pero no
he podido dormir” “ Pues la mía es pequeñísisma, apenas cabe la cama para un
hombretón grande como yo. Parece la habitación de la monja mala” “No digas eso
que en mi habitación pasaban cosas raras” “¿Qué te ha pasado?” “La tapa del
váter se movía sola” “Yo he oído otra clase de ruidos. Ja. Ja Ja.” Todos
rieron, pero la afectada permaneció un poco seria.
Observé la conversación entre personas con las que no tengo
mucha confianza. Intenté intervenir pero sólo escuché. Un convento colonial del
siglo XVII en Puerto Rico secularizado convertido en un hotel. Por la noche al
volver de la piscina, ya de madrugada entré al lavabo y mientras me lavaba los
dientes no podía dejar de mirar la tapa del váter. No se movía. Me costaba caminar
por la combinación de cerveza y piña colada hervidas en mi estómago dentro de un
jacuzzi. No estaba seguro de no tener que volver al baño apresuradamente si los helicópteros decidían venir a mi
habitación.
Apagué la luz. No me atrevía a entornar los ojos con el miedo
de que el mundo empezase a girar. . Tuve la certeza de una presencia.
Cerré los ojos. Prefería no ver nada. Concentré mi escucha en la tapa del
váter. Juraría que había algo a mis pies. Sentí frío. Era una presencia
tranquila. Ruidos en el baño a mi izquierda. La puerta estaba abierta. Abrí los
ojos. Estaban hurgando en mi neceser. Con delicadeza, sin prisa, pero el
desodorante rodaba sobre la crema de afeitar y el masaje aftersave. Miré.
Sudaba. La cortinilla se movía sin que
hubiese aire. En el espejo del fondo había un reflejo que oscilaba y no había
luna. No sé cuando me dormí. Por la mañana todo estaba en orden.
“Estoy cansada esta noche de nuevo ha sonado la tapa del
váter y he oído como me registraban en
mis perfumes. He encendido la luz y no había nadie en la habitación. Este calor
me va a volver loca” “ A mí también me ha pasado. Nos estamos obsesionando”. Yo
no comenté nada.
Antes de salir de excursión, subí a la habitación. Dentro
estaba una mulata rechoncha muy joven que estaba terminando de acondicionarla. “Perdone
tengo que entrar al baño” “Pase usted yo ya terminé” “¿Le puedo hacer una
pregunta?” “A su ólden” “En el hotel pasa algo raro” “Eso tiene que desilo en
la resepsion” “¿Aquí hay fantasmas?” “Señol yo eso no se lo puedo desil” “Aquí
hay fantasmas. No se lo diré a nadie. Por favor” Cerró la puerta tras de sí.
Entornó el ventanal. “Es el fantasma de sor Leonol pero no se preocupe. Es un
espíritu juguetón pero bondadoso. Trae buena foltuna a quien se le apalese” “¿Doña
Leonor?” “Sol leonol fue recluida en el convento con quinse años. Tuvo un amigo
que no gustó a su papá, un comelsiante muy rico de San Juan. Era una mujel muy
alegre. La abadesa era una mujel amalgada, peol que un mal homble. Un día pilló
a sol Leonol con el cabello suelto , mirándose en un chalquito del suelo y poniéndose
bonita con unos polvos blancos. Le coltó todo el pelo. Le restlegó el rostro con
barro y la condujo a una dependensia del convento que sólo ella conosía. Pol la noche la abadesa murió. El cólera. Se
llevaron pol fuelzs a las monjas, pelo nadie se acoldó de que sol Leonol estaba
presa hasta sinco días después, cuando la encontraron muerta de sed y de calol.
Desde que hicieron el hotel le encanta curiosearlen las ropas y los perfumes de
los visitantes. Habría disfrutado mucho. Pero no se lo diga a los dueños. Me
despedirían. Nos exigieron el secreto”. “No se preocupe gracias”.
Hacía mucho calor y mucho bochorno. En la calle comercial
aledaña. Compré un perfume de mujer. Por la noche lo puse fuera de su caja en la mesa
junto al televisor. Por la noche escuché un spray. Creo que oí una risa. Por la
mañana estaba abierto
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