lunes, 26 de junio de 2017

EL DESPERTADOR.

Nunca devuelvas a la vida un reloj averiado. Por lo menos yo no lo volveré a hacer. ¿Quien no registra el desván de sus abuelos?.Un despertador. De cuerda. Entre telarañas. De los de dos timbres arriba y una martillo que los golpea. Nada de un zumbido o una melodía. Un sobresalto. Estaba en el fondo de un arcón enorme. Debajo de muchas colchas en una caja con llave que tuve que forzar. Escondido. Con un trapo lo limpié. Giré las llaves de atrás y lo puse en hora. Me lo acerqué al oído y escuché el tic tac que acompasaba el paso del tiempo. Me hizo feliz. Despertar con un sonido no digital es de lo más cool. Como tener un tocadiscos para hacer girar vinilos. A mi novia le pareció una gran idea. Programé la flechita: las siete en punto, un poco antes por si el ajuste no era muy preciso y me acosté. Al principio el tic tac parecía distraer el sueño, pero después tuvo un efecto narcótico. Dormí profundo.

A las siete menos cinco el escándalo de las dos campanas me hizo dar un salto. Sudaba. Mi compañera ni se había inmutado. Me levanté.Abrí el frigorífico. Saqué la leche. La metí al microondas. Giré el temporizados y no funcionaba. Maldije. Saqué miel. tomé la leche fría. Me vestí. Besé a mi compañera que dormía. Bajé. Cogí el coche. En una urbanización de las afueras a esa hora hay todavía poco tráfico. Pero una cosa es poco y otra nada. Me dirigí a la ciudad. Casi me estrello contra un coche parado en medio del acceso a la autovía. Parado sin señalizar y sin intermitentes. Estuve a punto de tocar el claxon, pero he tenido malas experiencias. Esperé que no viniera nadie de frente y le adelanté. El conductor parecía dormido. No hizo ni un gesto. Yo tampoco. En la autovía había multitud de cocher parados, pero no agolpados, dispersos, guardando la distancia, con las luces encendidas unos y otros apagadas, pero ni un solo intermitente. Puse la radio y no funcionaba. El reloj del coche estaba parado, tambien mi propio reloj y el del móvil. Seguí conduciendo evitando coches en una ciudad silenciosa. Salí de la autovía. Tuve que dar un rodeo porque el subterráneo estaba absolutamente atorado. Al principio respeté los semáforos, después no porque estaban fijos. Los guardias, los coches, los transeúntes estaban paralizados. Cuando te das cuenta lo primero que piensas es que se trata de un sueño. Te pellizcas y te duele. No es un sueño, o no tienes otra alternativa que vivirlo. Dejé el coche en el parking del trabajo. Me crucé con los compañeros más madrugadores pero ellos no se cruzaron contigo porque están petrificados. Acaso ha habido algún desastre nuclear , alguna tormenta radiactiva de la que soy el único superviviente. Subo. Tomo asiento en mi mesa. Estoy perdiendo la tranquilidad. Intento situarme. El ordenador está encendido. La punta del ratón se mueve por la pantalla pero no funciona. Las teclas virtuales se pulsan pero no se obtiene respuesta. Paso horas sentado.  Arrugo papeles usados y los lanzo a la papelera. Un mundo a mis pies. Decido volver a casa. Deshago el camino, siento la tentación de conducir en dirección contraria, pero dudo por si de repente el sortilegio desaparece. Paro en el supermercado que abre 24 horas. Me llevo víveres. Llego  a casa. Voy a pronunciar el nombre de mi novia pero es inútil. Sigue en la cama en la misma posición que la dejé. Como algo. La ansiedad me da hambre. Intento razonar algo irracional. Espero. Me da risa pensar que es un mundo como el de Walking Dead, pero con estatuas en vez de muertos, no tendré el consuelo de destrozar cráneos para mantenerme con vida. Un mundo a mi disposición. Pero quien quiere un mundo sin tiempo, un mundo sin compañía. Espero. El reloj. ¿Y si fuese culpa del reloj?. Destruirlo. Podría ser la solución. ¿Y si no? Quedaría anclado en este limbo  sin vuelta atrás. Esperaré a que la cuerda pase. Setenta y dos horas después el despertador se detiene. Y no pasa nada. Me desespero. Calma y orden. REcojo los botes vacíos de bebida, las bolsas de snacks, me afeitas y me duchas. Pongo el despertador del móvil a las siete menos cinco.

Suena la alarma " O Mio Babbino CAro" de María Callas. "Buenos días cariño"  Un beso en la mejilla. "Buenos días".

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