domingo, 8 de noviembre de 2020

TELESKETCH

Cuando llegó a casa cogió una silla rígida de la cocina y se sentó en el centro de un salón rectangular. Se quitó la ropa. Puso las manos detrás del respaldo y esperó algo,no sabía qué, que debía ocurrir. Desde que había salido del trabajo había tenido esa impresión. Un punto candente del destino. En el ascensor estaba seguro. De hecho las palpitaciones que le habían acompañado en el trayecto en coche de menos de quince minutos, habían desaparecido mientras ascendía hasta el tercero. Una respiración honda. Puerta D. Giró el bombín. Fue al baño. Cogió la silla de la cocina y se sentó en medio del salón. Entrelazó los dedos. Y esperó. No ocurría nada. ¿Se trataría todo de una paranoia? Las manos le estaban empezando a sudar. De repetente el silencio. Sólo los latidos de sus sienes. El ruido del ascensor, los perros, el agua de las bajantes, los ruidos de la calle desaprecieron, y a su alrededor y sobre su cabeza se formaron irisaciones, como si hubiese quedado inmerso en una pecera seca. Un bisbiseo. Un silbido. Curiosidad por lo que iba, por lo que ya estaba ocurriendo. Curiosidad por no saberse espectador o protagonista, o quizás las dos cosas a la vez. Unas gotas en el techo, negras. Un flujo lento que se fue deslizando por el cubo que lo contenía. La luz, los muebles, las imágenes desaparecieron y quedó a oscuras en un mundo en negro. Un mundo sin ojos. Oscuridad absoluta. Silencio. Sentado. Esperó. Las manos a la espalda. Los ojos buscando briznas de luz que no brotaban de ningún punto de las paredes. Sin noción del tiempo,la tranquilidad se disipó. Sabía que no debía gritar. No sabía qué podía ocurrir si gritaba, debía permenecer en silencio. Esperar. Impedir a la mente volar. El tiempo pasaba. La trampa que había anticipado, que había vivido con tanta naturalidad, lo estaba ahora desquiciando. Miraba sin ver más que negro a uno y otro lado. ¿Y si el cajón empezaba a cerrarse sobre sí mismo, o el techo bajaba y acababa aplastado, o muerto de inanición si no era capaz de abrirlo. No sabía cuanto tiempo había pasado, pero empezaba a tener sed. Se levantó y comenzó a actuar. Se acercó a las paredes de lo que parecía cristal, palpó sin encontrar ningún resquicio. Se quitó los calzoncillos, escupió, quizás la humedad y fregar abriría un hueco para la luz. Inutil, se había teñido por fuera. Golpeó sin demasiada energía, si era un vidrio frágil podría fragmentarse y caer esquirlas o láminas que podrían en la oscuridad seccionarle alguna arteria. El sonido grave le animó a golpear más fuerte. Sin éxito. Gritó, pero los sonidos se apagaban antes de salir de sus cuerdas bocales. Ciego y en silencio. LLoró pero sin lágrimas. Se sentó resignado. Echó el tronco hacia delante, se cogió las piernas por delante, masajeó arriba y abajo buscando una solución, el azar que resolviese el problema que sabía que iba a tener pero en ningún momento se había planteado evitar. Con el pie golpeó algo. Lo desplazó y tocó un objeto extraño que no estaba antes en su habitación. Palpó el suelo con las manos. Era como una caja y tenía dos cilindors en su superfice. Pulsó. Nada. Giró los cilindros y en el negro se fueron abriendo bandas que permitían ver la habitacíon. Siguió pared por pared y cuando borró el último resto el cristal estalló en minúsculos fragmentos de purpurina tornasolada que cubrieron el suelo. Aun siguió sentado en el salón unos minutos. Se levantó. Se duchó. Miró la hora. La misma que cuando había entrado. Durmió.

No hay comentarios: