martes, 11 de septiembre de 2018

CALBLANQUE

Sentada en la arena, batida por el viento de levante que había despertado a mediodía. Los granos son pequeños proyectiles que se le clavan en la piel. Hace freco. El verano ya acaba y se suceden los días nublados.En el mar cuatro tablas de windsurf interpretan una coreografía al ritmo del viento y las olas. Las olas se lanzan a la playa de costado. Sobre las montañas de la cadena litoral la puesta de sol entre nubes deshilachadas. Una puesta de sol gris y marfil. Ha venido tarde. Una idea de última hora a la que no se ha podido resisitir. ¿Quien se puede resistir a una puesta de sol sobre la arena con música de olas y fondo de mar? La soledad es sólo un accidente. Palabras, susurros o caricias una distracción. Extendió la toalla en el sentido del viento. La sujetó con las rodillas y se tumbó. Puso la cabeza de lado. Miró las ondas, las infinitas ondas impulsadas por el viento. Se imaginó un Gulliver en un país de enanos. Imaginó la playa como un desierto con dunas minúsculas para un gigante. La arena empujada por donde el viento llega. Los granos que se deslizan y son sobrepasados por la avalancha a impulsos de las rachas de nuevos granos. Quitó una piedra de delante de su cara, el hueco, grano a grano se cubrió, impulsado por los lados, cuando estuvo al ras, las ondas lo cubrieron sin dejar rastro. Tanteó a ciegas, cogió un canto gris, plano y lo lanzó sobre la arena. Al caer rompió la línea de dunas, pero el viento arrastraba los granos alrededor y por encima, pronto un montículo de arena llegó a la altura de la piedra. A partir de ese momento la piedra fue engullida por la arena. El viento. Las dunas. Los surfistas y  la puesta de sol. El viento y la arena. La playa quedó sola en la oscuridad de una noche sin luna. Hora de volver para quien tiene motivos para el regreso. Nadie se había despedido de ella, ni un saludo ni un gesto. Salieron de la playa en silencio caminando con dificultad sobre la arena, algunos la miraron pero ninguno hizo un solo gesto, lo mismo los surfistas y el pescador que esperó a más tarde. Sin palabras. Sin gestos. Como ella miró a la piedra o el agujero. Entre dos nubes blancas apareció la luna. Miró. Vio el reflejo blanco en la punta de su nariz. La estela efímera plateada sobre las olas. La señal. El momento. Se levantó. Deshizo el nudo del bikini. el viento se arremolínó sobre las copas y se lo llevó. DEsató los nudos de la braga que cayó al suelo. Dio un paso y la toalla se perdió enrollándose sobre sí misma. Ciento veintitres pasos hacia el oeste. Se sentó. Apoyó el culo. Flexionó las rodillas y se agarró las piernas. Apoyó la barbilla en las rodillas y miró el mar. El viento le golpeaba el costado. La arena se escurría por los laterales de su cuerpo y se amontonaba a barlovento. Con los ojos guiñados para evitar los impactos vio una forma romper las olas. Una forma grande y lenta. A veces hundía y a veces flotaba. Una ola la arrastró de lado y quedó varada en la arena. Sacó las aletas y se avanzó hacia la arena. Una tortuga. La tortuga puso su cola en dirección a tierra. Guiño los ojos y excavó un hoyo. Allí fue depositando decenas de huevos . La miró. Cada brazada que la tortuga daba en la arena ella sentía que el impulso del viento la hundía más y más . La tortuga siguió desovando casi toda la noche. Estaba exhausta. Ya no pudo verla más engullida por la arena. La tortuga tapó sus huevos y antes que saliese el sol la devolvió al mar. Cuando vinieron los primeros bañistas, la arena, sin necesidad de regeneración estaba perfecta. Las ondas se habían apropiado del nido y de la tumba. El azar hizo que las tortugas eclosionaran y pudieran llegar al mar. Solo algunas fueron pasto de las gaviotas. La mujer solo emergió decenas de años después localizada por un arqueólogo, o millones de años después, ya sin humanos, por el golpeteo perseverante de las olas sobre dunas fósiles.

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