martes, 25 de septiembre de 2018

SOLO PUEDE QUEDAR UNO.

Pastillas. Primero las accesibles después otras más difíciles de conseguir. Decenas de pastillas. Un sistema poco eficaz. Siempre alguien se daba cuenta o llegaba y ponia el remedio cuando no las nauseas se encargaban de interrumpir la absorción de los fármacos en dosis mortales. A urgencias. Sondaje y lavado de estómago, carbón activo, valoración por el psiquiatra de guardia y a casa. Siguió estudiando y buscó dosis letales. Se escondió en los bosques para que nadie la interrumpiera, pero nada. Incluso sin asistencia médica no pasaba de algún retortijón o algo de sueño. Quizás su cuerpo había desarrollado tolerancia, nada de lo que estudiaba la servía. Comenzó con la lejía, la sosa o el clorhidrico. Con el último sensación intensa de quemazón que le llevó a pensar que lo había conseguido, sintió quemarse sus mejillas en los churretes que escapaban al trago, terminar con todo, con las vísceras disueltas, el ácido perforando el corazón, la mierda revuelta con los intestinos. Un dolor como nunca había sentido le hizo albergar la esperanza de haberlo conseguido. Pero no. Sueño . Y a las veinticuatro horas despertó con un apetito como nunca había sentido. Renegaba de la vida, la despreciaba, pero la vida se aferraba a ella. Necesitaba idear métodos más expeditivos. Métodos definitivos que impidiesen a su organismo aprender como lo había hecho hasta ese momento. Un accidente. Un pilar de un metro en la autovía. Su coche a ciento ochenta por hora y ni rozar el freno. El vehículo se compactó. Los bomberos se sorprendieon, cuando lo desencarcelaron, de que hubiese un superviviente, pero más cuando salió por su propio pie y se fue a casa sin querer acompañarlos a urgencias. Lloraba. Estado de shock dijeron. No no era un shock, era un nuevo fracaso. El fuego. Ni siquiera el acero se resiste al fuego. Vertió gasolina por la cabeza. Se vistió ropas sintéticas para que quedasen adheridas a los jirones de piel, prendió y la deflagración lo envolvió. Dolor intenso al quemarse la piel que desaparecía cuando el fuego alcanzaba capas más profundas. Aguantó el dolor y aspiró el humo ardiente para aumentar el daño no solo a la piel sino a sus vísceras. Se sentó mareado. Se apoyó a una pared. Un vecino lo cubrió con una manta para apagar las llamas, pero ya no podía respirar. Lo llevaron al  hospital, cuando llego  médico preguntó si no se habían equeivocado de paciente. Alta la misma tarde. Con la de personas que mueren sin querer. No se iba a rendir. Estuvo dos semanas. No comíó, por si la huelga de hambre lo conducía a la muerte, pero en dos semanas sin comer engordó. No podía fallar. A la entrada del pueblo había una cementera. Los camiones traían roca caliza a la enorme tolba. que la trituraba y la dejaba con el tamaño de arena. Hizo amistad con uno de los guardias y en un descuido se arrojó. Los torbellinos de rocas, de piedras y de arena descompusieron su cuerpo en una especie de harina y lo arrojaron mezclado con la arena a una montaña blanca. Ya no existía. pero los trozos de su cuerpo se buscaron y se ensamblaron. en menos de cinco  minutos. Su amigo el guarda la vió emerger en pelotas de la arena. Le dijo que lo había asustado y le tendió una toalla para que se tapara las vegüenzas. Era imposible. La vida no se iría nunca de él. Haciendo memoria,nunca había caido enfermo. Llegó a la conclusión obvia: Era inmortal, una maldición para un suicida. Volvío a estudiar con profundidad en google y concluyó que la única posibilidad de muerte para un inmortal era ser decapitado de un tajo por otro inmortal. Se inscribió a todas la páginas de contactos, inisitiendo en personas de apariencia juvenil que llevasen varios años en las bases de datos. Y tuvo éxito en una de las páginas más antiguas. Doce años y la imagen no había cambiado. Espió su facebook y su instagram. Esa mujer no envejecía. Le escribió. Dio montones de vueltas en sus preguntas. Ella guardaba silencio. Y por fin habló. Le dijo qué pasa, tú tambien eres inmortal. Guardó silencio cibernético pero al final respondió que creía que sí. Que había leído que los inmortales debían enfrentarse y al final solo debía quedar uno. Ella le respondió que no tenía ningunas ganas de seguir viviendo, que le dijese donde quedaban que ella no se iba a llevar ni la espada. Entonces no. Para qué quería gastar gasolina, se había gastado ya casi todos sus ahorros en intentar suicidarse, si no llevaba la espada no iría. Pues adios. Y nunca más volvió a saber de esa ni de otra inmortal. Y vivió una vida larga. Y un día uno o  más siglos después muríó dicen que de aburrimiento que es algo que tambien acaba con los inmortales.

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