domingo, 9 de septiembre de 2018

LA BOYA

Todos los días hacia el mismo recorrido. Del faro de Cabo de Palos a la playa de Calblanque. Una senda siempre al borde del mar con pocos desniveles que permitía correr casi en todo el recorrido. Avanzado el otoño, con los temporales era cuando más disfrutaba. En junio cuando ya hacía calor, a veces se desnudaba y se bañaba en la Cala de los Dentoles. Un chapuzón y vuelta. Esa Cala se asociaba a casi todos los buenos recuerdos del verano. Con su abuelo de pesca, con su padre de paseo, con su primera novia y ahora cada día corriendo lento con olor a salitre. Admirando desde lo alto un mar siempre distinto. Octubre. Temporal de levante. Media tarde. Entre la hora y las nubes plomizas casi no había luz. Un mal día. Tensión. Cansancio. Hastío. Se le había hecho tarde. Necesitaba salir. Más que nunca, aunque el polvo mojado estuviese resbaladizo. Aunque cayese la noche por el camino. No llegó a entrar a casa. No habría soportado la oscuridad previa a pulsar el interruptor. Se desnudó en una calle desierta amparado por la puerta del coche. Se puso la ropa de deporte y los deportivos. Algunos movimientos para combatir el frío y empezó a trotar. Subio las primeras cuestas. El viento le empujaba. gotas heladas se le clavaban en los brazos desnudos. Entró en calor . Terminó la subida. bordeó la cala. Hoy no tenía tiempo de bajar. Entre las olas que batían la playa vio algo amarillo que aparecía y se hundía entre las olas. Siguió. La lluvia arreciaba. Ni rastro de sol. LLegó a la playa., Cerrró los ojos, respiró el aire del mar de un lugar desierto. Se dio la vuelta y antes de destemplarse empezó a trotar. Ascendió la cuesta con rachas huracanadas que le obligaban a inclinarse hacia delante. El mar hervía. Unas millas mar adentro relámpagos. Euforia. Deseos de gritar. De golpearse el pecho como los gorilas. Sonrió. La tensión había quedado atrás. Se había integrado como un elemento minúsculo en una naturaleza salvaje. Abajo la cala. En las aguas el objeto amarillo con ligeros toques fosforescentes. Una boya en una playa salvaje. Emergía y se sumergía con las olas. Un rayo y un trueno. Más agua. Lamió el labio superior  la mezcla de sudor y lluvia. Era de noche. Más no podía llover. En la playa sobre las rocas podía encontrar un refugio. Ya nadie le esperaba. Bajó a la arena. Las olas batían casi hasta el final. Una boya. Nunca antes había habido una boya. Imposible que un barco hubiese amarrado allí. Los agentes del seprona y la guardia civil no pasaban menos de media docena de veces cada día por la zona. Se descalzó. SE quitó las ropas empapadas. Avanzó hacia el mar y el mar avanzaba hacia él. Estaba helada. La resaca le hundía los pies en la arena. Apunto estuvo de tirarlo. Se zambulló. Sacó la cabeza. Aguantó a que una ola sin romper lo elevase. Un rayo iluminó el mar. Estaba a menos de diez metros. Comenzó a dar brazadas. Por momentos cuanto más intentaba aproximarse, se encontraba más y más lejos. La resaca de las olas lo llevaba mar adentro. Tranquilo. A flote como un corcho. Se dejó llevar por las corrientes que le condujeron al lado contrario de la cala. Empezaba a estar cansado y aterido. La boya seguía allí. Se sumergió. Se impulsó con los pies. Abrió los ojos y bajo la superficie iluminada por un nuevo rayo vio la base de la boya. Una cadena gruesa cubierta de lapas y algas la anclaba a la arena. Emergió. La abrazó y respiró, varias veces hasta recuperar el resuello. Respiró varias veces más. Se sumergió, bajó al fondo agarrado a la cadena. Los eslabones se perdían en la arena. El fondo estaba más tranquilo. Aprovechó la fuerza que le devolvía a la superficie y sus propias fuerzas para descubrir el ancla. Tiró. Con poco éxito. Volvió a la superficie. Respiró entre los valles de las olas. Se volvió a sumergir. Tiró de los eslabones. La arena se movió. Tiró otra vez y de la arena surgió una forma humana. La imagen se paralizó. En el hombro  izquierdo un tatuaje como el suyo. En el costado izquierdo, una cicatriz como la suya. en la muñeca su misma pulsera. No podía más. Volvió a la superficie. Los eslabones de la cadena se le enredaron en el tobillo. Poco aire. Pocas fuerzas. El final estaba cerca en su cala favorita donde había almacenado muchos de sus mejores recuerdos. le estallaban los pulmones. un movimiento rápido del pie lo liberó. Tomó aire. Golpeó la boya y se impulsó hacia la orilla. Nadó hacia la cresta de una ola que lo devolvió a la playa. Luchó contra la resaca y salió. Los rayos se alejaban. Tiritaba. Subió a una roca al amparo del viento. Se acurrucó y se durmió. Por la mañana el cielo límpido, el mar en reposo, la arena llena de algas y de restos. En medio de la playa la boya sin la cadena..Bajó al agua y buscó la cadena. No estaba. Se vistió y regresó a su casa. Era un día despejado. No necesitaba encender la luz.

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