lunes, 22 de mayo de 2017

EL CLARINETE

"Estos son los que van a actuar en el certamen y los reservas. ¿Luisito?" "Perdón, no he oído el final. ¿Voy de reserva?" "No Luisito. Tienes que ensayar más. Has mejorado mucho, pero necesitas más práctica. El nivel será muy alto"

Siempre igual. Fuera. Horas y horas de estudio para el mismo resultado: ensayos sí actuaciones no. Así no voy a progresar nunca. Si tuviera uno de esos clarinetes relucientes quizás sería de otro modo. Pero éste es muy viejo. Un clarinete viejo que nunca fue muy bueno. Yo tampoco soy un virtuoso. Soy realista, pero mi banda tampoco es la filarmónica de Viena. Tocar alguna vez. Alguna. No pido un solista. Sólo una actuación. La respuesta a mi esfuerzo siempre igual. Estudia. Estudia. Me gusta tocar. Se me pasan las horas sin contar tocando, pero si alguien me escuchara, eso sería ver el resultado del mi afán. Pero este cacharro es muy malo y yo soy muy torpe. Tengo que conseguir un nuevo clarinete. Uno que suene bien. Que me motive a seguir estudiando. A progresar. Dar un salto.

Cuando llegó a casa consultó catálogos. Los instrumentos de marcas más codiciadas se escapaban de su presupuesto, por mucho. Ni siquiera podría adquirir nuevo el que su padre le compró cuando entró en la banda. Segunda mano. Mucha gente se deshace de sus antiguos instrumentos, bandas que progresan, personas que heredan instrumentos de sus padres pero no el amor por la música. Ël amaba la música. Su vida se construía de notas a pesar de no ser un virtuoso. El tiempo sin tocar era una anécdota, un apéndice de una existencia musical a pesar de ser mediocre. Un instrumento usado. Había una gran oferta. Morralla. Instrumentos estropeados. Pero algunos eran buenos y seguían siendo caros. En el buscador encontró un blog. En él se ofrecía un único clarinete. Una belleza. La mejor calidad. En el blog escuchó el sonido de grabaciones con él como solista. Mozart. Suspiró. Esa era su música. El artículo era antiguo. 7  años antes, y después silencio. La cantidad ridícula. Asequible. El riesgo alto. El dinero debía enviarse a un apartado de correos y el instrumento se recibiría por vuelta de correo. Envió hasta él último céntimo de sus ahorros y una pequeña cantidad que le adelantó su abuela. Esperó.

Tres días y recibió un paquete. Lo abrió. Deslió el papel de periódico. La caja de cerezo. El clip del lateral. Su clarinete, con sus accesorios originales. Lo acarició. Pasó los pulpejos de los dedos por sus orificios y sus llaves. Lloró. Por fin. En la parte superior de la caja encajado entre dos listones había un sobre como media cuartilla. El papel amarilleaba. Años oculto en el terciopelo del cajón. lo abrió.

"Te he encontrado. Este clarinete te ha encontrado por mi. Estoy muerto. Soy DS Elliot. Mi vida fue la música. La música fue mi vida. Perdí la salud, dejé de poder tocar y la vida dejó de interesarme. Terminé antes que acabara conmigo. Sin música ya no había vida. Poco antes dejé preparado el blog. Deseé que un músico como yo lo encontrara. Con mi instrumento, yo volvería a vivir con la única vida que me interesaba, la música. Cuando toques la boquilla, nuestro contrato se habrá sellado. Tu música será mi música a cambio tú poseerás mi clarinete mientra vivas" DS Elliot

¡DSElliot! Su clarinete tendría un valor incalculable y ahora él lo poseía. Cogió la boquilla.

"Luisito. ¿Eres tú? . No te detengas. Continúa. Luisito es maravilloso. Cómo has progresado"

Lo seleccionaron para el siguiente certamen y le dieron papeles solista. Le ofrecieron una beca prestigiosa en Berlín. Su afición se estaba convirtiendo en una carrera. Su profesor le enseñó un artículo de una revista cultural prestigiosa. Luis que ya no era Luisito sonaba como el sucesor de DS Elliot, el gran maestro desaparecido del clarinete. El artículo le abrió los ojos. Tenía éxito, todo el éxito que se podía tener, pero no tenía música. NO sentía la música. En cuanto tocaba aquel instrumento maravilloso él desaparecía. Era DS Elliot.

Visitó a sus padres. En un estante de su antigua habitación estaba su antiguo clarinete. Lo tomó. Sintió de nuevo la música. Dejó la joya en el estante y nunca más lo volvió a tocar. Su profesor no se explicaba la caída de su rendimiento. Lo atribuyó al miedo escénico. En la misma revista que se le ensalzaaba se lamentaba de lo que esperaba un eclipse de una carrera tan prometedora.

Siguió disfrutando y sintiendo cada nota.

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