miércoles, 24 de mayo de 2017

La bodega

Hemos salido de Trípoli de madrugada. Casi un mes vagando por las afueras de la ciudad. Retrasos y mentiras. Hasta esta noche. Una llamada. La señal. Al puerto. Una puerta dejada abierta por descuido en la terminal de contenedores. Una luz amarilla parpadea en la popa de un pesquero. De la oscuridad en grupos de dos o tres aparecen treinta personas. La luz de un coche de la policía portuaria se aleja. Un hombre encapuchado nos hace el gesto de apresurarnos. Subimos. Miro los rostros. No hay compañeros de viaje. Nadie mira a nadie. Las miradas directas están prohibidas a los apátridas. Hace frío aunque llevo mi última ropa limpia. La rampa apenas tiene unos listones que nos impiden resbalar. En el interior del barco hay que saltar. A empujones marcan el camino entre cabos y montones de redes. Una puerta estrecha que hay que pasar de lado. Una escalera gastada con dos peldaños rotos. Y la bodega. Huele a pez. A salitre y a mar. Al principio. La puerta se cierra. Todo queda a oscuras y huele a sudor. Huele a miedo. Ya no queda ni un rastro de la esperanza que provocó la huida. Afortunados de estar embarcados destino a Italia. Al llegar un futuro, En FRancia, en Alemania, en España o Inglaterra. Un futuro. LLegar y pisar una nueva tierra de paz. Ya sé que no será un recibimiento con los brazos abiertos. Pero al menos será un principio.

Un tirón brusco. El barco zarpa. El espacioo no alcanza para ir acostados. Espalda con espalda descansamos. Al menos quince horas. Cerca de Sicilia se espera mala mar. Ahora navegamos sobre aceite. Una mujer pide hacer sus necesidades. Sube la escalera a trompicones, sacudida por un mar que empieza a encresparse. La puerta se abre, un marinero le grita que se arregle en un pequeño rincón separado por un panel del resto de la bodega. Llora pero obedece. Después tres, tal vez cuatro personas van al mismo rincón. El hedor de personas hacinadas dificilmente puede empeorar. Las sacudidas son cada vez mayores. En algunos el barco cruje como si fuera a ser aplastado por las aguas. En el suelo charcos de un líquido oleoso se mueven de un lado a otro. Las gotas que salpican los tobillos o los dedos descalzos escuecen. El barco se escora. Unos ruedan. Otros permanecemos agarrados con dificultad a algunos asideros improvisados. Un hombre sangra. Está consciente. Apenas alcanza a tapar la brecha de su ceja. Miro el reloj. Cada minuto me sitúa más cerca de Italia, o al menos de Lampedusa. Suelo firme. Agua dulce. Tengo sed. He dejado mi botella en la mochila. Y mi mochila en el montón de mochilas que ahora ruedan por la bodega. El barco vuelve a su posición. El viento, el oleaje amaina. Un espejismo. Aulla. las tablas se tensan. El barco se mueve como un sonajero. Asciende. Se pone vertical. Caemos hacia la popa. Son varios los que sangran. Se mantiene en vilo un instantes.....

Ha volcado. El casco está ahora en nuestra cabeza. Por los resquicios de la puerta que nos dejó entrar se cuela agua a presión. El barco ha zozobrado. Nos vamos a pique. No vamos a llegar a ninguna costa. Quietud. Nos miramos unos a otros. Esperamos la ayuda de la tripulación. Si están a salvo no se van a ocupar de nosotros. Somos carne para peces. Abono de un inmenso acuario. Esto termina ya. Me siento. Algunos gritan. Otros intentan abrir la puerta y se quedan con el pomo en las manos. No me voy a mover. Recordaré a mi familia. Imaginaré mi pueblo. De niño fui feliz. Este agua esta más fría. como la de la alberca de mi casa.Gritan. No puedo gritar. Me gustaría abrazar a mi madre. TEngo frío. Mucho frío. No puedo respirar.....

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