miércoles, 8 de agosto de 2018

LA TORRE DE LA IGLESIA

Sólo los más ancianos recordaban la torre de la iglesia con su campana y sólo los más viejos y de cuando eran muy niños. El tiempo y la distancia habían acrecentado el mito de unas campanas gigantes dignas de los jardines de Babilona, recitadas, cantadas, pintadas y recordadas con el nombre de la plaza principal de un pueblo que era muy pequeño. Pero fueron robadas. Y no se supo más. No hubo llamadas a las misas de los domingos. Eso iba a cambiar. El alcalde había conseguido que declararan la iglesia patrimonio protegido, y el secretario del ayuntamiento había encontrado una subvención modesta que les iba a permitir, si no recuperar el antiguo boato, sí al menos poder llamar a la iglesia con un tañido. Y las campanas llegaron. El alcalde ofrecio a los guardias para escoltar el camión y cortar si era preciso la carretera si el vehículo no podía maniobrar en una carretera de montaña. El transportista se mostró sorprendido. Negó que necesitara un camión. Entonces entendieron que una furgoneta. Si precisaba escolta se la proporcionaría. El trasportista de nuevo se mostró sorprendido Y negó por teléfono. Le dijeron que si necesitaba algo que se lo dijeran. El dijo que  no necesitaba nada. Si acaso que le preguntasen al cartero, además había hecho un seguimiento del pedido y tenía que estar al llegar. Sonó el timbre de la alcaldía. El alcalde miró al telefonillo y era el cartero. Detrás su vespa de siempre.


"Señor alcalde. Tengo un paquete para usted" "Solo espero  una cosa y no creo que la traigas en la moto" "Un paquete mediano" Le entregó una caja cúbica de poco más de veinte centímetros de alta por veinte centímetros de ancha. El alcalde la miró. Miró las señas del remitente. Eran las señas que debía llevar la campana. El paquete era pequeño poco pesado. Quizás enviaban algún tipo de albarán para organizar la recogida en algún otro lugar. Llegó el guardia. Le preguntó ´qué era ese paquete. El alcalde le dijo que no lo sabía, que tenía las señas de la campana, pero que evidentemente era muy pequeño. El guardia le dijo que lo dejase donde estaba. Podía ser un atentado. Llamó a la ciudad. Desalojaron el ayuntamiento y ya por la tarde vino un tedax con un perro. No había problema, él mismo desenvolvió el paquete. Una caja de cartón. En el interior paja. y de dentro sacó una campana de bronce bruñida de unos diez centímetros. La campana. El alcalde miró al secretario. La campana se le antojaba pequeña para el desembolso que había librado. El secretario se le acercó y le dijo al oído tapándose los labios, que también había librado otros gastos para los que no había factura. el alcalde se calló. Y delante de los tres vecinos que quedaron después de la decepción de la campana. elogió las bondades del artista que la había forjado. Una campana menuda, pero a la altura artística de la torre de la iglesia que había  permanecido huérfana demasiado tiempo. No hubo aplausos. Le alegró que así fuese. Esa misma tarde, los operarios municipales colgarían la nueva campana, en el campanario. Era del tamaño de un cencerro de vaca, sin embargo el brillo de su bruñido se veía desde kilómetros de distancia y su sonido de un timbro agudo pero dulce llamaba sin gritar a los vecinos a la misa. No había salido tan mal. Todo iba rodado, o lo fue durante dos meses. Misa de la mañana al amanecer y misa de la tarde, los sabados por la tarde y los domingos a medio día. Toque a muerto cuando tocaba. Hacía bien su trabajo, ni comparación con la robada pero hacía su cometido. hasta que un día una beata apreció que la torre se estaba hundiendo. Llamaron a un arquitecto qué confirmó que la torres se había hundido de forma casi imperceptible cinco centímetros a ojos de todos. La precintaron, pero la estructura estaba perfecta ni una grieta, ni una falla excato como se construyó. Se consultó con un geólogo. Lo que ocurría era imposible. UN suelo de granito impedía el hundimiento, y sin embargo el hundimiento se producía. colocaron sismógrafos. No ocurrí anada fuera del ámbito de la torres. Pusieron una cámara de alta sensibilidad. NO había dudas. El hundimiento se producía cuando la campana tañía, si permanecía en silencio no pasaba nada. Si seguían así antes de fin de año, el tejado del campanario estaría a ras de suelo. No había explicación. Y menos explicación hubo cuando una noche la campana desapareció y a los pocos días la torres en silencio recuperó su altura habitual.

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