miércoles, 1 de agosto de 2018

UN CESTO DE MIMBRE

Un cesto de mimbre con asas de rafia o de esparto. De su interior un pañuelo o un pareo de color entre naranja y mostaza se pliega en el borde. Hay más cosas ocultas, pero desde fuera no se ven. Al lado una toalla de playa con estampado sólo por uno de los lados plegada hasta el tamaño de una servilleta. Sobre la arena, cuando la gente se va, deja una profunda sensación de soledad. El sol se pone. Cae la noche. Llegan los operarios con el tractor para trillar la playa y no saben por qué pero dan vueltas alrededor para no tocar ese objeto abandonado. Los que trabajan a pie se acercan, curiosean el bolso y el pañuelo pero no lo tocan. Por la mañana de un domingo brotan sombrillas alrededor. Todas respetan un metro en el perímetro aunque la playa está atestada. Ni siquiera los niños gatean a menos de cincuenta centímetros. A nadie le extraña, pero nadie la toca. Suena un móvil en el interior. Una melodía cualquiera. Se para . Vuelve a sonar, las asas vibran. Silencio. Un nuevo sonido que se interrumpe abruptamente. Nadie se ha inmutado. Las sombrillas se repliegan. Avanza la tarde. Llega la noche. La luna proyecta su estela en las aguas y la cesta sigue ahí. Siete días. Quince días. Termina el verano. Las tardes son más cortas. Llueve. El mimbre apesta con la humedad. Los laterales se retuercen y el  pareo se ha introducido empapado en el hueco interior, dejando al descubierto parte de su contenido. Los veraneantes de septiembre aprecian el cambio. La bolsa menos erecta y el pañuelo retraído al fondo. Una rendición. Se acercan sin rozarlo. Miran los laterales. Una funda de gafas. Una crema de protección total. Un libro empapado y con los colores de la portada atenuados por el sol y el salitre. El reflejo de la pantalla del móvil y un gorro. Cuando uno se acerca, todos en la playa lo hacen. círculos concéntricos de personas se aproximan ahora al objeto que les había pasado desapercibido. Murmuran. Hablan. Conjeturan. Temen. sobre todo temen y se alejan. Sirenas. Bajan dos policías. Escuchan a uno de los bañistas. Piden a todos que desalojen la playa. el dueño del chiringuito baja los paneles que sólo baja en invierno. La playa queda sola. Los dos policías a diez metros controlando la salida. Desde el malecón los curisoos. Llega más policía. Hacen un cordón y retiran también a la gente del malecón. Se hace de noche. La expectativa crece. Llega un furgón negro. Un hombre se equipa como si fuese a ir a la luna. Antes entran con perros en la playa- Los perros huelen y pasan de largo. El hombre robot mira el interior pero no mueve nada. Se retira sin dar la espalda al objetivo. Bajan un robot que se desliza por la arena, introduce las pinzas en la bolsa. saca un pareo, unas gafas , un libro y una caja de tampones. Se retira. La bolsa está vacía. El hombre se acerca. Toma el libro. El perfume. Lo abre por donde va la lectura. Es una tarjeta de visita. Llaman. No contesta nadie. Siguen llamando. No está lejos. será mejor que una pareja de la guardia civil se acerque. Llegan a la puerta de un adosado de costa. La persiana está abierta y la cortina recogida pero no contesta nadie. Piden una orden judicial y entran. el desorden normal en una casa de vacaciones. No  hay fotos. Ordenadores que requisan. Pan duro en la panera. VErduras resecas y yogures caducados en el frigorífico. La cama sin hacer. La mesa puesta y la comida en el horno apagado. En la terraza de arriba ropa tendida. En los dormitorios la documentación. Llaman al consulado y no conocen a esas personas. Nadie les conoce bajo esa identidad. Toman huellas y esas personas no existen para nadie. No hay restos de explosivos ni armas ni drogas ni nada sospechoso en los ordenadores. El casero no recuerda a quien alquiló. Nadie los vio salir ni llegar. NO hacían ruido. No puede hacer ruido quien no existe. No existen dictaminó el juez. Ordenó destruir las pruebas indiciarias, pero un auxiliar escamoteó la bolsa de mimbre y la colocó en la playa donde estuvo hasta que el viento, el salitre y los temporales la dehicieron primero en girones y luego en hilachas que se diluyeron en el cieno bajo la arena.

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