“¿Seguro que no escapará?” “Los
cimientos de esta fortaleza arrancan cinco metros bajo tierra anclados sobre
roca” “Es mi hijo. No le deseo ningún mal pero no puedo ya controlar la
situación. Era un niño normal” “Les pasa a todos” “Hasta que con diez meses le
llevamos a la playa era como todos” “Así son los padre de los pacientes” “Un
día su abuela no le encontraba. Le había dejado jugando en la arena. SE volvió
a hablar con una mujer de la sombrilla de al lado y el niño no estaba. Pensaron
que le habían robado o que se había ahogado. Cuando se lamentaba por su
descuido, de un montón de arena emergió su cabeza, sonriendo con sus incisivos,
sonriendo. Tenía unos ojos azules enormes. ¿Qué hemos hecho mal? Algún tóxico,
alguna fuente de radiación. Llevábamos una vida muy sana durante el embarazo,
nuestros trabajos no son de riesgo” “No se culpe. Los epidemiólogos no han
logrado establecer ninguna relación con desórdenes ambientales” “Mis otros hijos
son normales. El pequeño también es normal. Y mira que pasamos miedo cuando por
descuido su madre quedó embarazada. Le atábamos cuando a los cuatro años perdió
un ojo con una astilla. No dijo nada. Varios días después el pus fluía entre
sus párpados. Siempre arañado. Siempre sucio. Siempre bajo tierra. Con los años
la piel iba perdiendo el color, La piel del rostro era áspera como la de un
armadillo. Los dedos se habían acortado y ensanchado, las uñas eran cilíndricas
y cuando le dejábamos atado varios días crecían y se retorcían igual que sus
incisivos. Teníamos que soltarle. Corría al jardín y cavaba durante horas. Y se
perdía. Primero hacía madrigueras, después túneles. Cada vez más rápido. No le
agobiaba la estrechez del suelo ni la oscuridad. Feliz. Y a la luz agobiado. Nervioso.
Corría a la sombra. Ya entonces, si permanecía al sol experimentaba terribles
quemaduras, y a pesar de ellas a pesar de las heridas seguí rozándose contra la
tierra. Dejó el colegio. NO tenía amigos. Un niño ciego con las manos mutiladas
inútil para nada que no fuese cavar túneles incapaz de salir a la luz del sol.
Su madre no aguantó. Se fue el día que le vio comer lombrices. No nos
explicábamos como sobrevivía. Hacía semanas que no probaba nada de la comida
que le ofrecíamos. Lombrices y gusanos y raíces tiernas y tubérculos. Feliz con
media lombriz serpenteando por la comisura” “En eso tenemos que dejarlos. No
hemos conseguido que prueben la comida normal” “sí por favor no quiero que
muera. Es mi hijo. Él no tiene la culpa de esta terrible enfermedad. Y ¿Han
concluido algo en las investigaciones de su tratamiento?” “Pensamos que es un
trastorno del metabolismo de los lípidos. Como el Lech Nyham que produce
extraños fenómenos de conducta que le lleva a amputarse sus miembros pero no
hay nada concluyente. Todas las pruebas dicen que son humanos adolescentes.
Todos en el entorno de diecisiete años. Ninguna consanguinidad. Confíe en
nosotros” “Cuídenlo”
“El mundo terminó. El de la superficie. El cometa que chocó con la
tierra arrasó el planeta hasta quince metros por debajo de la superficie. A
veinticinco metros estuvimos seguros. Temblor. Algo de calor, pero suficiente
agua y alimento para aguantar. Recatamos a nuestros muertos, padres, madres y
hermanos aéreos, dejamos sus cuerpos tendidos al aire para no contaminar
nuestros suelos. En unos meses vendrá la siguiente generación de hombres
subterráneos. Nuestras mujeres no llevan ya a sus niños. Dejan sus huevos en
las galerías selladas. Los machos soltamos fluidos para fecundarlos y en un mes
tenemos crías que repoblarán el mundo subterráneo. Quizás en mucho tiempo
volvamos a retomar la superficie. El sol, el aire, el viento y la lluvia se me
antojan un medio hostil. No puedo hacerme a la idea de tener hijos videntes
algún día espero que lejano”
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