“¿Todavía seguís pasando
películas en el cine de verano?” “Sí. Es una cuestión romántica. Desde mi
abuelo ese cine no ha fallado ningún verano. Porque no pagamos alquiler, la máquina de proyección está pagada, si no
no sería rentable” “Va poca gente” “Sólo llenamos en las películas de dibujos
para niños el resto muy poco” “Vamos que un año de estos no abrís” “ El primer
año que hagamos pérdidas bajamos la persiana o bajamos el telón que es más
apropiado” “¿Cuándo calculas que sea eso?” “Este mismo año, si no llega a ser
por un imprevisto las cuentas no habrían cuadrado” “Es raro. Los imprevistos
suelen echarte abajo los balances. Lo contrario se llaman milagros” “Hasta
cierto punto sí” “Si hay un milagro hay un santo detrás” “No sé si un santo, un
filántropo o un loco, pero nos ha salvado la temporada” “Cuéntamelo” “A
principio de verano. El último fin de semana de junio, cuando estábamos
colocando las primeras carteleras se me acercó un señor.”
“Oiga ¿qué días tienen menos público en el cine?” “No hemos empezado
todavía señor” “Eso ya lo sé, pero supongo que habrá un patrón que se repita
todos los años” “Los fines de semana están bien. Quizás los martes y los
jueves” “Le compro todas las butacas de cada uno de esos días toda la
temporada” “¿Está de broma?” “No. Se lo digo muy en serio” “¿Es usted
empresario y quiere dedicarlo a sus clientes o empleados” “No, sólo estaré yo”
“¿Bromea?” “No” “Es una cantidad, aunque le haríamos un buen descuento” “Por el
dinero no se preocupe, lo consideraré el dinero mejor invertido” “¿Quiere ver
la programación?” “Sólo quiero ver una película” “¿Cada día?” “No. La misma
siempre”
“No lo puedo creer. Ese tío
estuvo viendo la misma película dos veces por semana todo el verano” “Y no
falló ni siquiera un par de días de lluvia” “¿De qué película se trataba?” “Atrapado en el tiempo” “¿La del día de la marmota?” “Sí esa en la que Bill
Murray es un hombre del tiempo que va a
ver como cada año el día de la marmota en el que un pueblo contempla si una marmota
sale para predecir si ha acabado o no el invierno. Va con mucha desgana y queda
atrapado en un día interminable, repitiendo el mismo día una y otra vez, sólo él es
consciente de que se trata de un día idéntico distinto” “¿Y qué puede hacer una
persona que ve diecisiete veces en un verano una película?” “Siempre lo mismo.
Llegaba quince minutos antes de la hora. Se sentaba detrás Le ofrecimos empezar
antes e insistió que no, que no había prisa. Cuando empezaban los créditos se
levantaba sin perder de vista la pantalla, caminaba con cuidado como si
sortease a otras personas sentadas. Se acercaba a la cantina que estaba en el
lateral de la pantalla. El cantinero tenía que esperar cinco minutos antes de
atenderle. Compraba un bote de cerveza y dos bolsas de pipas y regresaba a su
asiento a comerse el bocadillo de tortilla” “¿Con tomate?” “En eso no reparé” “
A mí me gusta con tomate” “No sé pero seguro que no cambió ni un solo día. Y
eso es todo. Para nosotros fue un ángel. La distribuidora de las películas, por
supuesto no puso ningún problema, sólo
se interesó en si teníamos más como ese. Le dijimos que no, que era único y que
ojalá nos durara” “¿Y por qué hacía eso?” “Se lo pregunté. Quizás no debí
hacerlo pero se lo pregunté” “Estaba un poco loco” “ No lo sé. Me respondió que
él un día fue feliz, con una felicidad tranquila, sin sobresaltos , sin
altibajos, en nuestro cine viendo esa película, cada vez que venía volvía a ser
feliz del mismo modo. Me dijo que la felicidad no es fácil de conseguir y que
si alguna vez la consigues no te cansas de repetir” “La mayor parte de la gente
sí que se cansa” “Él no” “Me alegro de verte. El verano que viene iré a vuestro
cine” “Ya sabes que ni los martes ni los jueves que están apalabrados”
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