Subía en el ascensor mirando hacia arriba. Agradecía que
no hubiese ningún vecino con el que tener que conversar ni de tiempo ni de
crisis. Aunque tenía la tentación de sentarse, coger una cerveza y ver pasar lo
que quedaba de tarde, se iba a cambiar, ponerse los pantalones cortos, las
deportivas y a hacer unos kilómetros.
Las suelas de los zapatos se
pegaban al descansillo. Su camiseta empezaba a humedecerse por dentro con la
humedad atrapada. Sacó la llave del bolsillo. Giró la puerta con las que le
parecieron sus últimas fuerzas. Abrió y se detuvo un segundo, sólo un segundo
para evitar que el fresco ártico del aire acondicionado no escapase escaleras
abajo. Dio dos pasos hacia su habitación y del salón a la derecha salió su
hija. Gritó.
“¡Mamá ha entrado un hombre en
casa!” “Hijita ¿has vuelto a tener una pesadilla? Soy yo papá” “Usted no es mi
padre. ¡Mamá, papá!” “Sí que venga mamá y así te tranquilizas, papá no puede
venir porque soy yo. Cariño. ¿Qué le pasa a la niña?” “¿Quién es usted?¿Qué
hace usted en mi casa? Márchese. Si sale mi marido que se está cambiando para
salir a hacer deporte se va usted a enterar” “Vengo muy cansado. No estoy para
bromas. ¡Vale ya!” “Sí, vale ya, márchese” “¡Papá! Un señor ha entrado y no se
quiere marchar. Ven ya. Está en el baño mamá. Dice que ya sale” “Ya lo he oído.
En el baño como siempre cuando lo necesitamos” Él no había oído nada. “No estoy
en el baño. Estoy aquí. He abierto con
mi llave. He entrado a mi casa y esperaba ver a mi familia. Basta ya de
bromas. Se me va a hacer de noche para
salir a correr” “No dé un paso más que ya sale mi marido” La niña hace el gesto
de arrastrar la mano de alguien que debe tener su misma altura a quien no ve.
La mujer, su mujer se da la vuelta y habla hacia un punto donde él no ve más
que aire. “Mira papá ese es el señor que dice que eres tú” “Manuel dile a este
señor que se marche. No lo está oyendo señor. Alto y claro se lo ha dicho, o se
va o llama a la policía” “Señora, María, que ya me estoy liando, Inesita, no lo
he oído porque soy yo. Repito he abierto con mi llave, y mirad mi cartera,
llevo vuestras fotos. ¿Por qué había de tener la llave del piso o llevar
vuestras fotos en la cartera si no sois mi familia” “Me está usted asustando.
Es un obseso. Dios sabe cuanto tiempo habrá estado acumulando información sobre
nosotras y ahora va a atacar. Menos mal que mi marido no se había ido todavía “
“Su marido… tu marido soy yo, sólo yo” “Papá dile que se marche” “Pasa cariño,
llama a la policía” Ella se aparta, y Manuel aunque no ve a nadie también da un
paso atrás. Se lleva la mano al rostro. No sabe si reír o llorar. Está muy
cansado. “Mi marido está llamando a la policía. Aproveche su última oportunidad
y váyase” Mira al salón y no ve nada. “Me puedes dar un poco de agua fresca en
el vaso verde que hay en el segundo estante de la alhacena amarilla que tengo
desde niño y que dejo sobre una gamuza azul ajada” “si pretende sorprenderme no
lo va a hacer, tiene llave de mi casa y tiene fotos mías y de mi hija. Sabe
Dios cuantos detalles más sabrá. Tome el agua en el vaso favorito de mi marido”
“María. Esta broma ha pasado todos los límites. Si salgo por esa puerta te
prometo que no volveré a entrar. Nos veremos en el juzgado” “Si no sale por esa
puerta es cuando nos veremos en el juzgado” “Adiós”. Cierra con un portazo.
Escucha a través de la puerta la conversación de alivio como si estuviesen
hablando con él pero él no se oye y cree que no está.
Pasa por la puerta del bar debajo
de casa. “¿Un cortado como siempre Manuel?” “Sí” Sonríe con su identidad reafirmada.
“¡Uy perdone! Le había confundido con Manuel el del piso de arriba ¿Quiere un
cortado?”
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