En la vertiente de levante de la
ensenada de Calarreona en Cabo de Palos hay cuatro chalets con amplias terrazas
que se extienden frente a una superficie
cortante como de lapiaz, pero formado no por el hielo sino por la constante
disolución de las rocas por el oleaje. Es la hora de la puesta de sol, pero los
gruesos nubarrones de los primeros días de setiembre no permiten verla. En la
terraza junto a la cristalera entreabierta, dos pares de deportivos Solomon de la
talla 38 embadurnados de polvo anaranjado. En el interior los calcetines. El
suelo de cerámica comienza a humedecerse con una lluvia ligera. El mar se
encrespa a la vez que el levante arrecia con la caída de la noche. El cielo se ilumina
con un primer relámpago. A continuación un chaparrón se abate sobre la terraza. Las gotas
no se oyen por el bramido de las olas que rompen contra las rocas y la tapia
del chalet. Una mano fina y muy blanca sale por la rendija de la cristalera y
mete los dos pares de zapatillas. Cierra los cristales. La mujer que ha pasado
los deportivos al interior viste un pantalón corto. La otra más joven lleva el
cabello envuelto en una toalla y otra anudada sobre su pecho. Intenta encender
un cigarrillo. El mechero no funciona. No le pide nada a la otra porque sabe
que dejó de fumar. Otro relámpago ilumina el mar. Una niebla espesa de gotas de
agua se abate contra los cristales. Por fin enciende el cigarrillo. Exhala el
humo. “No te vayas esta noche” “Debo irme. Lo sabes. Ya he alargado demasiado
el día” “Hoy te necesito sólo para mí” Se acerca y la abraza por la cintura desde la espalda. Siente su
vientre tenso debajo de la toalla. Mueve las manos sobre su piel. “Déjame. Si
te vas a ir hazlo ya” “Ten paciencia. Ya falta menos. No es fácil. No es nada
fácil. Es romper con mi vida” “Cuando me amas me dices que yo soy tu vida” “Y
lo eres. No podría ya vivir sin ti pero necesito tiempo. Lo estoy intentando”
“Es igual. Haz lo que quieras. Vete ya” “Yo también estoy harta de esconderme.
De llevar una doble vida. Cada vez me resulta más difícil encontrar excusas
para evitar a mi marido cuando por la noche me abraza” “Me dices eso a mí que
me muero de celos al pensar que en pocos minutos estarás en otros brazos” Un
trueno hace zarandearse las paredes. La luz oscila. Viene y va. Finalmente se
queda a oscuras. Cada una a un lado del salón sólo se ven con los reflejos de
los relámpagos atenuados por el aspecto esmerilado de los cristales por la
lluvia que rompe , chorrea y cae a los imbornales buscando el mar. “Perdóname.
Esto es una locura. Lo sensato sería quizás dejarlo aquí” “¿Lo sensato? ¿Y por
qué no lo haces?” “Porque no puedo. ¡No puedo! ¡No puedo estar un solo día sin
verte!” “Abrázame” Se abrazan y se besan. Suena el móvil. Lo saca del bolsillo
“Si cariño ya voy. Un beso” La mujer joven se separa. Vuelve la luz. La toalla
se cae. Se sienta de espaldas en el brazo del sofá. “Vete ya. Déjame. Necesito
estar sola. No me beses” “Mañana nos vemos. Ya te llamo” “Adiós”.
La explanada arcillosa detrás de
la casa está anegada. Da tres saltos para acceder al coche. La tierra roja. Ha
dicho a su marido que iba al centro comercial Dos Mares. Tiene que limpiarla
antes de llegar a casa. O mejor no. Una pista. Que la descubra. Ojalá. La
carretera es una rambla. Circula despacio. Los limpiaparabrisas no dan a basto.
Suena el manos libres. Se enciende la pantalla del salpicadero. Es ella.
Acepta. “Vuelve. Quédate un rato más” Duda. La lluvia no ceja. Llama. “Cariño
llueve a cántaros. Hay mucha agua. Me vuelvo al centro comercial. Me voy a
meter a ver una película. No. No vengas a recogerme. Quédate con el niño. No
creo que esto dure”. Cambia de sentido en la rotonda que la encaminaría a la
Manga, Cartagena o Murcia. Se da la vuelta. La lluvia amaina, pero el viento
arrecia. Quizás no llueva más. Gira la llave de la puerta. “No enciendas la
luz” “Tenemos un rato más” “Suficiente …por hoy”
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