Miró por la rendija de la puerta
de su despacho. Era una suerte tenerla allí. Un traslado de ciudad con pocas
alternativas. Traslado o calle. Se agradecía cualquiera de esos gestos que
rompían la rutina. Dejó de mirarla cuando se interpuso Miguel el encargado de
limpieza. Un hombre gordo, bajo, de
mirada sombría pero triste. Si se le hablaba, juntaba las manos sobre la
barriga y miraba al suelo, se daba unos minutos de silencio antes de cualquier
respuesta para un sí o un no que nunca
contradecía lo que se le reprendía o se le indicaba. Le vio extender la mano
para llamar, se apartó de la puerta y se sentó en la mesa de su despacho. “¿Se
puede?” “Pase usted” “Vengo a cambiar la bolsa de las papeleras, esta mañana no
me ha dado tiempo” “Haga usted su trabajo. Salgo a hacer una gestión” No
soportaba su presencia, el comienzo de sus nalgas al agacharse, el jadeo cuando
se levantaba, y su voz de tiple en un rostro lampiño de edad indefinible. Se
puso la americana, salió y cerró la puerta a su espalda. “María bajo a tomar un
café. ¿Quiere usted algo?” “No gracias” Sin verla el café le habría sabido mal.
Olía a tostadas y a café. Ya
nadie fumaba. “Un solo corto por favor””
¿Algo de repostería?” “No” Sacó el móvil del bolsillo interior aunque no le
habían llamado. Movió los contactos de la agenda. Secre. María. El aire fresco
de cada mañana. Era agradable entrar al despacho y encontrar los expedientes ordenados,
agrupados por temas o por orden alfabético, de una forma siempre lógica, y
juntos unos a otros con clips de colores. No quería ni pensar que un día le
faltaran esos clips y ese orden que le habían hecho dulce el aterrizaje en la
delegación de Murcia.
En el portón se cruzó con el
limpiador. “Adiós” “Adiós” Su mirada huidiza. Sus pasos torpes. “María ya estoy
de vuelta” “Han llamado de Madrid el jefe quiere hablar con usted” “¿Ha dejado
el teléfono?” “El de su secretaria”
“Inmaculada ¿qué tal? “…”“Por aquí. En Murcia””…””Ya me voy adaptando,
pero la capi se echa de menos. Me ha llamado el jefe. ¿Puede hablar ahora””…””Espero””…””No
tengo ni idea del motivo de tu llamada””…”. Que los negocios no van bien ya lo
sé. Por eso estoy aquí” “…””¿Soltar lastre?” “…” “¿Ya nadie tiene secretaria en
oficinas pequeñas? Pero María es distinta es un valor dentro de la empresa. Es
muy eficiente””…””No te voy a responder a eso. Es sólo una relación
profesional””…””Me lo veo de hoy a mañana” “…” “No te voy a defraudar para eso
estoy aquí”.
No había dormido. Llegaba muy
temprano. No le dio tiempo a abrir el portón de la cerradura. Chocó con él el
limpiador que lleva las bolsas de basura al contenedor. En el respaldo de la
silla de María estaba su bolso. Ella no estaba. Aun no eran las ocho. Entró al
despacho. Los documentos que dejó deliberadamente desordenados estaban
agrupados y sujetos por los maravillosos clips labiados de colores. María no.
No podría vivir sin esos clips. Costase lo que costase. Oyó ruidos. Entreabrió
la puerta y por la rendija vio cómo
entraba María riendo con el limpiador. Tocó al interfono. “María pasa a mi
despacho” “Dígame” “¿Cómo se llama el limpiador?” “Miguel” “Prepara el
finiquito. En Madrid me piden despidos. Las cosas no van bien” “Pero…” “María
sin peros. Le pagaremos quince días por adelantado pero mañana que no venga” “¿Quien
limpiará?” “Un empresa una o dos veces por semana”. Por la rendija vio como
Miguel se encogía de hombros, se dio la vuelta, miró en dirección al despacho a
la vez que la puerta se cerraba.
Al día siguiente llegó a la
oficina. Abrió la puerta sin que nadie le importunase. Subió y vio a María como
cualquier día. Entró al despacho. Sus documentos estaban desordenados y no pudo
encontrar ni un sólo clip de colores. La papelera estaba llena.
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