Hay lugares cargados de
misticismos. Lugares de culto desde que hay hombres. Sitios en que los
Cromagnones contaban historias o fantaseaban mirando las estrellas o la puesta
de sol. Hombres modernos hace miles de años levantaron dólmenes con la misma
finalidad y después templos y más tarde aún basílicas. Suelo sobre suelo, pero
siempre con la misma finalidad de adorar al ser todopoderoso, en el cielo o en
la tierra.
En Murcia si hay un sitio digno
de tal sincretismo, un sitio de culto, un lugar donde nuestros ancestros más
antiguos se reunían, ese sitio es la Plaza de las Flores. Probablemente a
ningún lugar de la ciudad van tantos murcianos a la hora del aperitivo o al
atardecer en un culto báquico enormemente fiel. Nadie recuerda desde cuándo.
Nadie. Allí se rinde culto a los astros, sobre todo a uno, LA ESTRELLA DE
LEVANTE, El líquido sagrado que como un maná fluye de los serpentines o las botellas
a las copas.
Buda decidió hace una semana
reencarnarse. Hasta para un hombre dios es complicado buscar el lugar místico
donde volver a la vida. Julio. Murcia. La Plaza de las Flores. Hora, la de
culto local, la una del medio día, la hora del aperitivo.
A nadie sorprendió un muchacho
menudo de rasgos orientales con el pelo rasurado que caminaba descalzo con unos
pantalones por el tobillo y una blusa naranja entre las mesas de la terraza.
Cuando con el gesto les pedía paso, muchos le decían que no agitando el dedo,
pensando que les vendía algo. Otras cerraban y se ponían el bolso en el regazo,
que el iphone es muy goloso. El muchacho llegó a la fuente. Cerró los ojos.
Extendió las manos en el gesto universal de la ofrenda. Levantó y entrelazó los
pies sin esfuerzo mientras el tronco se mantenía en su sitio. Y en esa pose se
alzó dos metros sobre el suelo. Tardaron, pero al final el milagro llamó la
atención de los murcianos. Había gente fina. Gente viajada. Muchos recordaban
un truco similar en decenas de estatuas humanas en los aledaños de la Plaza
Mayor de Madrid. Una viga de hierro ejercía de soporte a la fingida levitación.
Alguno adujo que no veía ningún soporte. Un efecto óptico. La explicación
cundió. Buda dejó de llamar la atención de la concurrida plaza.
Pasó la tarde. Pasó la noche. En
la pileta de la fuente había ya un número considerable de monedas. Llegó la
noche y una chica le ofreció agua. Miró y sonrió. No la necesitaba. De
madrugada se acercaron unos municipales que le instaron a deponer su actitud.
Les miró y sonrió. Sacaron el cuadernillo. Rellenaron tres conceptos
infringidos que podían aplicar al caso y el guardia más alto, subido al borde
de la fuente, le dejó la multa en el regazo. Miró y le sonrió. El guardia Le
dijo al otro que si los chinos no pagan impuestos, menos iban a pagar multas.
Por la mañana, un funcionario de
hacienda que venía de San Andrés contó las monedas. Había sueldos que no
llegaban a eso y más con la crisis que corría. Instó al Ayuntamiento
intervenido a que estableciese una regularización de las estatuas humanas como
hacían en Madrid o Barcelona y que pagasen así sus tasas. A media mañana le
trajeron el listado de documentos que tenía que llevar al Ayuntamiento, a
Sanidad, A Hacienda , al Inem, a la Delegación de Gobierno, a Extranjería. Se
lo dejaron en el regazo y Él sonrió y volvió a cerrar los ojos.
Y allí sigue a dos metros sobre
el suelo. Buda es paciente. Con el tiempo en la Plaza de las Flores se erigirá
el templo budista de la Estrella de Levante. No lo dudéis. Om mani padme um.
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