sábado, 23 de diciembre de 2017

TAN CERCA TAN LEJOS"

"Os dije que no quería volver a veros juntos. Habéis desobedecido mi mandato" "Majestad lo siento. Ha sido mi culpa" "Calla. Fui yo quien te llamó a mi habitación" "Es igual . El hecho es que habéis desobedecido. No puedo tolerarlo. Nadie puede desobedecer. El reino podría volverse ingobernable." "Majestad. Castigadme a mi. Ella es vuestra hija. Podéis ser indulgente" "Debo ser ejemplar.El reino se ha mantenido a lo largo de los siglos con la ejemplaridad, no con la indulgencia joven príncipe" "Quedaréis arrestados. Vuestro castigo será una maldición que arrastraréis a lo largo de vuestra vida. La consultaré con el hechicero. En una semana se ejecutará. Despedíos" Los recluyeron en mazmorras a las que se accedía a través de los pasadizos más recónditos. Gritaron y escucharon. Susurraron. Cantaron las canciones que se cantaban cuando estaban juntos. Guardaron silencio cada uno en su mazmorra. Sólo el silencio y el sonido titilante de las gotas de agua  que se deslizaban desde el vientre de la montaña. Pasó la semana. Estaban demacrados y sedientos. La tristeza de pensar que se acercaba el fin retiraba el brillo de sus ojos. Los guardias los llevaron juntos sin poder tocarse al salón de la torre donde se celebraban los juicios. En el centro el rey. A su derecha, vacío, el trono de la reina enferma. En el lateral, oculto en la penumbra el hechicero del reino. Se levantó. Caminó delante del rey. Fingía pensar. Se quedó quieto. Miró al cielo cuando en una claraboya se vio la luna. Cerró los ojos. Lanzó unas falanges de gorila al suelo. Las miró con detenimiento. Reflexionó y cuchicheó al rey. El rey dijo que ya tenía su veredicto. "Vuestra maldición será el destierro, cada uno a un castillo en un extremo del reino. Pero el destierro no es suficiente. Habéis transgredido una orden real. En vuestros aposentos habrá un cristal a través del cual podréis espiar el día a día de vuestro enamorado, pero él o ella no podrá veros ni oíros ni sentiros. Dicho esto como mandan las leyes. Malditos seáis" No hubo relámpagos, ni truenos, ni fuegos de artificio.Sólo el silencio y los sollozos de la princesa. Esa misma tarde partieron las dos comitivas para su destino. Una vez en sus aposentos, la princesa corrió la cortina. En el cristal de la pared vio la comitiva de su amado príncipe llegando al castillo de destino. Bajó del caballo, escoltado por los soldados. Merodeó alrededor del muro. Se acercó a ella que tenía las manos posadas en el cristal, pero no la veía. Le gritó, pero no la oyó. Acarició el cristal, pero no encontró rastro de las caricias. Lo veía nítidamente cada momento de sus días y de sus noches, pero sin posibilidad de comunicarse ni establecer contacto. Era insufrible, verse les impedía olvidarse. Pero sólo verse les estaba detrozando. No podía más. Ni un día más. ¿Y si en realidad no le hubiesen trasladado al otro confín del estado? Y si en realidad estaba al otro lado del cristal. ¿Quien lo sabía, pero la idea recaía continuamente en su cabeza. Pagó a uno de los guardias para que le consiguiese un diamante. Tardó varias, no podía precisar cuántas semanas, pero lo consiguió. Una noche cuando él dormía muy cerca de la luna de cristal, al otro lado, rayó un área del tamaño de una ventana. La agarró con una ventosa y la retiró. Cuando la quitó y con ella el cristal, detrás solo vio ladrillos. Sólo ladrillos. Dio unos pasos atrás y el resto del cristal se había convertido en un espejo. Se vio reflejada y se vio triste y cansada. Cada día se peinaba y se arreglaba en la esperanza de que él al menos no hubiese deshecho parcialmente el hechizo y pudiese verla.

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