miércoles, 18 de julio de 2018

EL DETECTOR DE METALES.

Al caer la tarde, cuando se ponía el sol bajaba a la playa, aun quedaban bañistas en la arena. Era su momento. Después los tractores lo removerían todo. Enchufaba el aparato al la batería, se colocaba los auriculares y escuchaba el pitido cuya frecuencia aumentaba hasta hacerse chirriante en presencia de algún metal. Sabía que la gente lo miraba desde el chiringuito. Un cuerpo como el suyo, grande con una papada que borraba la barbilla y la barriga que convertía la camiseta en un toldo, no era fácil que pasara desapercibido. Se le había unido un niño de dos años en su búsqueda. La tarde por lo demás había sido triste. La frecuencia aumentó en dos ocasiones con sendas monedas de un céntimo de euro.Poco. La gente no se bajaba nada a la playa, las neveras eran un ruina. Nadie bajaba anillos o pulseras, y menos con los cierres gastados. Céntimos. Y cada vez que se agachaba a cogerlo del suelo miraba los graderíos del paseo por si era una burla, pero lo recogía siempre,  nadie debía dudar de su tesón y su profesionalidad. Estaba terminando su batida por la playa del conde,.Cuando cerca del lavapiés, la máquina se volvió loca, pitaba, vibraba y la aguja que señalaba las escalas no paraba de oscilar. Nunca había visto una intensidad así. Al estar tan cerca del lavapiés temió que se tratara de algún componente o una tubería. Algo tan enorme podía ser una bomba olvidada del alguna guerra, o un cañón varado de un galeón. Nunca había encontrado en los años de escrutinio algo así. Estaba empezando a emocionarse, aunque estaba demasiado acostumbrado a las decepciones, algo tan bueno no podía ocurrirle a alguien como él. Pero el sonido estaba ahí, las vibraciones y la aguja enloquecida. También. disimuló para no dar pistas y comenzó a mover la arena de la playa con la punta del dedo. Sintió un tacto metálico. Había algo, no era un artefacto y no parecía el hormigón o el plástico de una tubería. Miró de nuevo. Nadie. Se agachó y liberó un cable. Desenterró dos o tres metros. Estaba tan tenso que pensó que podía tratarse de un cable de alta tensión. El cable seguía en un sentido y en otro. No veía el final de los bordes. Decidió tirar. El hierro es un metal caro. No era un hallazgo para un anticuario pero podía obtener una propina que le resolviese la cena. Era muy firme. Por un momento creyó que se había movido de uno de los lados, pero volvió a mirar , midió , comprobó y se desilusionó. Estaba cansado y las  axilas empapadas de sudor con el esfuerzo. Mejor marcharse a casa. Cenar. Ducharse. Una cerveza tranquila y a la cama. Pero no solía rendirse. Había tirado. Quizás no era ese el mecanismo que permitía movilizarlo. Su jefe le decía que tomara distancia, si las cosas no funcionaban, que se alejase o se imaginase desde fuera antes del volver a actuar. Tomó distancia, pensó y en lugar de tirar aplicó un giro lateral sobre la cuerda. Los  dos primeros empujones no consiguieron nada, pero en el siguiente giro se escuchó un click y el alambre o el cable giró.Ahora sí, primero centímetros y después casi un metro. Lo estaba consiguiendo y parecía que había mucho más debajo del suelo del jardín. Dio  un tirón seco. EScuchó un crujido indescriptible y el mundo a su alrededor se hundió. Literalmente, la ciudad y el cabo colapsaron. A lo lejos incendios , la mezcla de polvo y humo ensombrecía el horizonte. Había sido él. No sabía como había colapsado media ciudad. Ese fragmento de mundo, previsto o no, coordinado o no, no volvería a ser igual.y si seguíA tirando estaba seguro que el fin del mundo comenzaría. Dejó el cable en el suelo. Miró alrededor y se marchó sin despedirse. NO hubo muertos, cuando volvió al día siguiente el cable había desaparecido

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