martes, 10 de julio de 2018

LA LAVADORA

El nene salía del comedor desde pequeño. Gateaba. Bajaba el pequeño escalón y cruzaba el patio interior. Al principio se preocuparon. El cuarto de lavado era un sitio muy peligroso y lleno de productos tóxicos. Lo siguieron. Lo vieron cruzar el patio abrir la puerta que estaba entornada y entrar en el cuarto. Dejaba la puerta abierta. Miraba, sonreía y se sentaba delante. Y así permanecía horas. sonriendo, riendo a carcajadas o farfullando algunas palabras. Dejó de gatear, dio sus primeros pasos, pero su destino siempre fue el mismo: A veinte centímetros del  tambor de la lavadora. Los padres subieron todos los productos potencialmente tóxicos a anaqueles que no podía alcanzar aunque nunca mostró ningún interés por un objeto distinto a la lavadora. Durante unos años dejaron de preocuparse, pero cuando su hijo se acercaba a la adolescencia, las horas interminables delante del tambor empezaron de nuevo a preocuparles. Consultaron con un afamado psicólogo de la capital, le refirieron que su hijo pasaba las horas muertas observando el tambor de la lavadora, que reía, echaba carcajdas , lloraba o meditaba tanto con el electrodoméstico en reposo como en movimiento. Les preguntó si lo habían hablado con él. No. Cuando se acercaban o le sacaban el tema se marchaba. Salía y seguía con sus otras tareas. Se interesó por si había comentado alguna idea que se pudiera considerar delirante. Negaron. Era el hijo más sensato que nadie pudiera tener. Los tranquilizó. No parecía nada grave. Una manía o una costumbre. La madre sugirió que si la lavadora era el amigo imaginario de su hijo. El psicólogo respondió con un quizás y les emplazó a una visita con el niño en la siguiente semana. Pasaron los siete días en que los padres mantuvieron una especial alerta por si algún detalle podía ser de utilidad con el especialista. Nada nuevo. Las visitas, las permanencias y los gestos según los programas de que se tratase. Comprobaron que los programas fríos le producían tristeza, los de ropa sucia o agua muy caliente carcajadas, los rápidos ansiedad y un sinfin de matices con el resto, pero había una constancia en las sensaciones y en los gestos. Llegó la visita. El niño de once años en pantalones cortos y jersey de punto caminó muy recto con porte de bailarín clásico hasta la silla , hizo un giro de noventa grados, se planto delante del psicólogo que le esperó sentado. Pidio permiso con la mirada para sentarse. Asintió  y se sentó en un sillón alto que no dejaba que los pies reposaran en el suelo. Terminó. Salió y les dijo a  sus padres que entraran. Les felicitó porque tenían un hijo extremadamente inteligente y educado. No debían preocuparse, el niño había sido muy franco y muy claro, no había ningún problema, después de todo un lavadora es un objeto corriente que no es difícil de encontrar en cualquier piso. Quisieron saber si necesitaba de alguna terapia. Ninguna, respondió taxativo. ¿Entonces? Entonces nada. Déjenle hacer, su hijo es un modelo. Regresaron a casa. Era de noche. El niño aun entró un rato y se sentó. Departió cuchicheando y rio después con fuertes caracajadas que le desencadenaron un ataque de tos. No podían admitirlo, el psicólogo podía decir lo que quisiera pero aquello no era ni medio normal. Decidieron romper la lavadora esa misma noche. Por la mañana antes de ir al colegio el chico entró a despedirse como hacía siempre y la encontró quieta . NO llegó a sentarse. Salíó cabizbajo llevandose los dedos al canto de los ojos. Cuando volvió del colegio, la lavadora antigua con el tambor frontal había desaparecido, en su lugar otra lavadora de carga superior. Entró. Se fijó. Contuvo la respiración. Caminó lento dos pasos. Después un giro de cientochenta grados y siguió mirando. Las manos entrelazadas. Se mordía los labios. Giraba las manos entre sí y se las secaba en la pernera del pantalón. Miró a derecha e izquierda , delante y detrás como si alguien estuviese gastándole una broma. Alargó  la mano y rozó la lavadora. La separó como si le hubiese quemado. Dio dos vueltas más , entreabrió la puerta que iluminó la penumbra, guiñó los ojos con los rayos del sol, y salió.Sus padres lo vieron salir y acercarse a la puerta. Le abrieron. NO les miró. NO les besó. Doce años. SE había hecho mayor El padre y la madre se miraron y sonrieron.

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