sábado, 7 de julio de 2018

LOCAL HERO

Una rotonda de ciento cincuenta metros de diámetro en un pueblo de trescientos habitantes. Un solar rodeado de tres carriles. Siempre pensó que después de la rotonda vendría una autovía. Pero nunca vino. Esperó que al menos pusieran algún monolito o alguna escultura en el centro como las que había visto en las afueras de la capital, mastodontes monstruosos de veinte metros de altura llenos de acero y aluminio. Tampoco. Una rotonda solitaria a la entrada del pueblo en lugar de la alameda. en la canícula el vapor humeaba desde el suelo. En la cenzellada la superficie de hormigón irregular reflejaba los rayos de sol si amanecía despejado. Y él miraba desde su ventana como antes habia mirado la alameda todas las mañnas y todas las tarde. La visión del hormigón donde antes había árboles le crispaba. Cuando estaban los árboles, sólo miraba, sólo después de su desaparición fue capaz de echar de menos el ciclo de las hojas, el crecimiento de las ramas, los sonidos con el viento, o chasquidos con el sol o crujidos bajo la nieve. Nada. Solo hormigón. Ni autopistas que aporten progreso y novedades ni monolito. Cuando terminó la obra, cuando los pintores acabaron de pintar las líneas del suelo volvió el silencio, pero un silencio absoluto, inmutable al viento, a lo perros y a los gatos o incluso algún jabalí que merodeaban. siguió en su ventana cada día, por la mañana y por la tarde. Un día se cansó. Cerró ventanas y contraventans y bajó la persiana. Caminó de espaldas y se sentó en el sofá . Se deslizó hasta casi estar acostado con la piernas flexionados. Cogió el mando de la tele y zapeó con desgana. Dejó un documental triste Sugar Man, confió en dormir, el sueño, su terapia, dormir, remover las  ideas y los sentimientos, una coctelera esférica y cerrada de la que tanto salían pensamiento exóticos como moriosos. Ni sueños, ni pesadillas, ni ensoñaciones, sólo tedio, y disgusto. Su vida se había ido con aquellos árboles, su esperanza había desaparecido sin la llegada de la autovía, su consuelo con la convicción de que nadie instalaría un monolito ni siquiera una columna o un enrejado un montón de chatarra. No volvería a abrir la ventana. No quería tener más el horizonte delante de sus narices. Para qué vivir. Ninguneado en su día a día por personas que decidían de muy lejos que sólo habían visto su pueblo en un mapa o como mucho en imágenes de satélite. Personas que le habían jodido la vida,  aunque su vida ya fuese una mierda. Cada vez más hundido en el sofá, con la cabeza casi a la altura del cojín del asiento. Un poco más abajo el suelo. Terrazo. Frío. Sólo pensar el contacto de la nuca con un suelo tan helado lo despejó. Se levantó. se sentó en la silla de anea. Debía hacer algo. Le sorprendía que ninguno de sus vecinos hubiese protestado. Ni el maestro, ni el cura ni el alcalde ni el concejal de la oposición. Todos conformes con la destrucción, el abandono y el olvido del pueblo. Cogió la silla de anea. Llenó un  morral con un poco de pan y algo de embutido, una botella grande de agua. El sombrero de paja de ala ancha. Se duchó, se lavó los dientes aunque no había comido y se cepilló las uñas. Se echó la silla a la espalda y la puso en en centro de la rotonda. Se caló el gorro hasta las orejas , abrió el morral sacó el pan, lo abrió con la navaja y lo llenó de embutido. Comió. Bebió del agua. Por la mañana no pasó nigun coche. Por la tarde la guardia civil que al verlo tan solo, dieron una vuelta, lo reconocieron lo saludaron y siguieron su ronda. Por la tarde un coche fúnebre de un pueblo vecino. Y no recordó más. Tres o cuatro meses después un cabrero reparó en la nueva escultura que habían emplazado en el centro de la rotonda. Los tonos azules, verdes y ocres del bronce. El perro pastor meó la pata de la silla. el pastor se acercó. Se apoyó y tiró un guijarro a una cabra que se despistaba. Se volvió y reconoció en la estatua la cara de su vecino. Al final de la mañana en el bar lo comentó con parroquianos, se acercaron y coincidieron en que sin duda era un retrato de su vecino, pero todos lo recordaban como un hombre gris, no les parecía que hubiese hecho ninguna azaña para ser recordaba pero los de la capital sabbían. Pero sin avisar no había estado bien. el teniente de alcalde que fue camarero en Londres propuso hacer una inauguración. Se organizó una merienda donde se tocó el himno por los tambores y cornetas del pueblo vecino. Se colocó un letrero Local Hero .Se tiraron algunas tracas que espantaron a los perros y a las palomas. Las manchas blancas realzaban el bronce. Al atardecer llovió y la escultura se llenó de churretes

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