viernes, 8 de junio de 2018

LA CHIMENEA

El humo salía de día y de noche. De tonos grisáceos durante el día, por la noche sobre el cielo estrellado tomaba colores blanquecinos o cremas con un cierto matiz fosforescente. Una chimenea enorme de hormigón sobre el fondo verde de las colinas era un contraste feo. Alrededor varias hectáreas donde los desechos se clasificaban. Se reciclaba lo reciclable y se quemaban los restos orgánicos combustible de la cementera. A veces un juez paraba la inercia para quemar alijos de tabaco o estupefacientes. Siempre había sentido una atracción poderosa por el fuego. El fuego rojo que dobla el acero, que funde las piedras, Después nada más que cenizas. Y las cenizas son todas grises. Fuego y cenizas. Gris. El también era un hombre gris. Sin brillo. Oscuro. Al trabajo y a casa. Silencioso. No contaba chistes. No tenía anécdotas divertidas. No alardeaba de lo bien que hacía su trabajo o si le felicitaban. Silencios largos e intensos. Sí. No. Sí. Terminaba de comer o cenar y ponía el lavavajillas. Ponía el televisor, veía lo que echasen y si cuando ella llegaba cambiaba a otro programa no protestaba. Seguía callado sin siquiera un gesto de desaprobación. Butacas distintas. Ella tenía los ojos grises cuando la conoció. Después se le puso el alma gris. Junto al hombre gris. No habían tenido hijos. Al menos en algo se consideraba afortunado. Un mundo gris no es un mundo para niños. Colores cálidos. Intensos, como el fuego, pero no mate como el gris de la cenizas. Su mujer tenía los ojos grises, o al menos eso le parecía, no recordaba la última vez que se habían mirado. Camas separadas le propuso. Hoy día lo hacía todo el mundo. Quien quería compartir unas sábanas que no se ensuciaban más fluidos que del sudor. Las encargaron, aunque ya estaba seguro que no las iban a estrenar. Llegó a pagarlas. Llegó a dormir en una. Confortable, pero solo. No creyó que fuera a echar tanto de menos un resuello, una respiración, un estertor o un ronquido cerca, aunque la piel estuviese a un metro. Se fue. Hasta del hombre gris que no le había dado hijos. Y se lo espetó en la cara. Esperó a que llegase para decírselo. Subió los escalones pesadamente, giró el pomo esperando no encontrar a nadie. Seguir subiendo las escaleras interiores encerrarse y tomar un baño. Pero ella lo esperaba. Gris. Eres gris, apestas a gris, miras gris. Me voy. No soporto esta oscuridad. Necesito luz. Aire. Adiós. Le empujó y dio un portazo. No miró atrás. una lágrima se insinuó en su ojo derecho pero no llegó a salir, se secó mientras subía a la planta de arriba. Se desvistió y se bañó con agua muy caliente y vapor muy espeso. Durmió por última vez en la cama grande.No se fue lejos. siempre sospechó. Una casa con jardín y flores en otro barrio. Colores. Un hombre sonriente que la ceñía por la cintura. Dos perros. Y risas. El sol, los colores le herían más que verla allí. Él era gris. Pero no siempre fue así. De niño no. Cuando los colores se funden dan lugar al gris. el fuego fundió sus colores. Tampoco echaba de menos un mundo antiguo de fotos en color. Se quedaba con este de fotos en blanco y negro. y una vida gris. Pero las noches sin alguien a quien odiar se hacían insufribles. Largas. Calurosas o heladoras. Empezó a merodear la casa de los colores. De lejos. A anotar sus nuevas costumbres. A las ocho el gimnasio, en invierno y en verano. Su figura había mejorado. Esperó al invierno. Apareció en su camino. Embozado, pero ella lo reconoció. El miró sus ojos que seguían siendo grises. Le tapó la boca y espero a que su cuerpo quedara inerte. Estaba hermosa tan pálida. Se atrevió a rozar sus labios. Se ocultó en una casa abandonada. La descuartizó y en  trozos que cupiesen en la fiambrera. Y uno a uno los entregó el fuego de la cementera. Las cenizas son todas grises. Se fue a casa. Durmió mejor. Por la mañana despertó. salió al jardín a estirar. GRis. Todo estaba gris. Las cenizas se arremolinaban en la parcela y en el tejado. Las casas de los vecinos estaban impolutas. Limpió con la manguera. Se duchó. Cuando regresó del trabajo la policía lo esperaba. Le preguntaron si sabía algo de su exmujer. Negó. Lo había dejado. Le dijeron que había desaparecido. Mientras hablaba comenzó de nuevo a caer la ceniza. El guardia le aconsejó que denunciase a su empresa. Esos residuos podías ser tóxicos. Volvió a limpiar con la manguera. Así cada día hasta que llegó el verano. Una noche tórrida. Las ventanas abiertas. El viento que se arremolina en la habitación y las cenizas que se depositan en la cama que ella nunca llegó a estrenar. No aguanta más. Sabe que será así cada noche. Es demasiado hasta para alguien gris. Recorre la casa. Recorre el lugar en que la vio morir. Vuelve al trabajo. Abre la puerta del horno. Respira hondo y se arroja. La casa amaneció cubierta de cenizas. Después llovió.

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